viernes, 18 de junio de 2010




Los arquetipos


Pero, ¿qué son los arquetipos? Son estructuras básicas que forman parte del inconsciente colectivo, nos dice Carl Jung. Potencialidades diversas de expresión y realización personal que configuran una herencia psicológica general de la cual somos depositarios los seres humanos. (Cfr. Aldana, 1996).

Los arquetipos también se pueden entender también como esas formas determinadas presentes en todas las personas para afrontar la vida y que aparecen representadas a través de imágenes universales. Estas imágenes se encuentran presentes de una u otra forma en todas las culturas del mundo. (Cfr. Aldana, 1996).

Los arquetipos tienen una esencia que permanece a través del tiempo. Así mismo, tienen un conjunto de múltiples facetas, o caras, dependiendo de la forma como se apropian o activan por cada persona.

Los arquetipos están incorporados en nuestro interior, en nuestro inconsciente o imaginario personal y colectivo. Podemos actualizar uno o varios de manera consciente. "En la medida que se hace más consciente la posibilidad de elegir y de ampliar el repertorio de maneras de ser y actuar, podemos asumir más libremente nuestra vida, nuestra actitud creativa" (Cfr. Aldana, 1996).

Por lo contrario, en la medida que no se hace consciente esta compleja naturaleza arquetípica corremos el riesgo de ser manejados de manera rígida y parcial por uno o varios arquetipos, con lo que las posibilidades de realización y de cambio son menores.
Todo arquetipo tiene su aspecto de luz y de sombra. "La sombra es el aspecto oscuro menos aceptado de nuestro psiquismo, lo que Freud denominó tánatos, o impulso de destrucción y muerte" (Cfr. Aldana, 1996). El lado luminoso del arquetipo representa las posibilidades de realizaciones positivas y transformadoras de la persona. En su aspecto sombrío el arquetipo contiene los sesgos negativos, que se activan sobre todo en determinadas personas cuando asumen su naturaleza sombría de manera consciente. En todo caso, el cometido es "integrar la luz y la sombra de nuestro psiquismo, esto es las polaridades, lo cual implica flexibilidad en la manera de vernos y tratarnos a nosotros mismos, el fin último es integrar esas polaridades internas que están en lucha y que cuando se las niega, el lado sombrío termina por manejar el vehículo hacia el desfiladero. Frente a esto, la propuesta de Graciela Aldana nos llama a hacer consciencia acerca de estos complejos procesos teniendo como herramienta estratégica los arquetipos que activan una actitud flexible, o sea creativa.

Basándose en el enfoque de Carol Pearson, sobre los héroes interiores que habitan en toda persona, Graciela Aldana selecciona y propone aquellos arquetipos que resultan significativos específicamente para el proceso creativo, tanto para comprender el esplendor de la expresión creativa, como los bloqueos que la inhiben. De este modo, los arquetipos fundamentales para la comprensión y activación de la capacidad creativa son ocho:
El Viajero,
El Crítico,
El Bienhechor,
El Destructor,
El Bufón,
El Mago,
El Guerrero
El Artista.

En el camino de nuestra experiencia particular hemos incorporado también el arquetipo del Gobernante (Cfr. Carol Pearson, 1992) puesto que resulta el elemento integrador, el cual conduce a la síntesis y a la incorporación de los ocho anteriores.

El Gobernante es aquel sabio interno que nos permite seleccionar, eliminar, y decidir las mejores opciones, puesto que hemos pasado ya por un proceso previo de conocimiento, exploración y experimentación.

De manera muy breve anotamos las características que definen a los arquetipos que hemos anotado más arriba.

El Viajero
Es el que nos lanza a la búsqueda, nos enfrenta con el azar y el riesgo de la aventura; nos hace salir del lugar de comodidad para encontrarnos con la plenitud de la vida, y con las diversas posibilidades para afrontarla. El viajero nos sacude con la emoción y la pasión que infunde el viaje y nos invita a la acción.

El Crítico
Es la parte pensante, objetiva que nos lleva a tomar las mejores decisiones, toda vez que no dejemos que "el criticón" que nos habita inhiba nuestra curiosidad, espontaneidad e intuición creativa.
Es muy importante que el viajero creativo sepa medirse, que sepa cómo anda el reino interior para saber si puede correr los riesgos de visitar otros reinos. El arquetipo del Bienhechor nos advierte cómo anda nuestra relación entre el dar y recibir, con el propósito de equilibrar este proceso e incrementar nuestra capacidad creativa.

El Destructor
Subraya la importancia del proceso de transformación verdadero. Para avanzar en el cambio es necesario destruir todos aquellos viejos hábitos que ya no favorecen nuestros procesos de vida, nuestros procesos creativos, de tal modo que este arquetipo nos invita a "matar", deshaciéndonos de lo que ya no sirve. Limpiar la casa, para dejar espacio a lo nuevo.
El arquetipo del Guerrero es el que nos sitúa sin duda en la acción. Y nos recuerda que el proceso y la meta son igualmente significativos. El camino del guerrero debe estar signado por una serie de condiciones básicas: ha de contar con las armas adecuadas, que son las estrategias y tácticas para lograr cumplir la meta; saber dirigir la fuerza, con el fin de no perder de vista los objetivos y concentrar la atención, la inteligencia y la fuerza física en la realización de la tarea. El Guerrero nos previene de saber parar a tiempo y reconsiderar la marcha, hacer las adecuaciones necesarias durante el proceso, y finalmente, nos incita a la acción.

El Artista
Es el arquetipo que se relaciona con la capacidad de crear, inherente en todas las personas. Y nos invita a mantener ejercitadas algunas capacidades básicas, como son: la sensibilidad, la imaginación, la observación y la intuición.
Con estas capacidades como aliadas, la persona creativa contará con herramientas para renovar y crear. El artista ha de poder contradecir ese viejo mito al respecto de que creativos son exclusivamente los artistas y ciertos científicos. Aquí este supuesto se pone en duda y nos invita a la acción creadora.

El Bufón
Es un arquetipo que nos conecta con una de las capacidades fundamentales que aportan frescura y renovación a los procesos creativos, como lo es la capacidad lúdica, el juego que a un niño o niña en constante acción transformadora. Un Bufón es un sabio que sabe reírse de sí mismo para extraer la verdadera sabiduría de toda lección.

El Mago
Es el arquetipo que nos llama a ser los dueños de nuestros propios procesos de transformación. Tiene el don de poder nombrar, una capacidad fundamental del mago que nos lleva a reconocer lo significativo de nuestros procesos creativos. El mago es aquel sabio que sabe respetar sus búsquedas creativas tanto como las de los demás. Un mago es un maestro que puede hacer "arriesgadas mezclas", mixturas alquímicas, a partir de la experiencia, a partir del conocimiento previo.

Y finalmente, el arquetipo de El Gobernante, es el líder que somos, quien sabe trabajar con una capacidad integradora, y una capacidad de síntesis. Podemos haber despertado arquetipos que muevan a la revaloración en el terreno de las ideas, pero si no tenemos un gobernante despierto, nuestras ideas se quedarán en las márgenes de las buenas intenciones. El gobernante nos ayuda a pasar a la acción con menos temores porque sabe evaluar cuáles son los momentos significativos para la acción.

Los Arquetipos y Jung
El gran terapeuta que fue Carl Gustav Jung recién empieza a ver reconocida la enorme importancia de su extensa obra, después de varias décadas de menosprecio académico. Su exploración en las profundidades de la psiquis lo llevó a estudiar exhaustivamente la filosofía, la mitología, la alquimia, las religiones orientales y el misticismo occidental. Se interesó también con igual dedicación en el tarot, el I Ching, la astrología, los Onvis, los mandalas, las culturas de los pueblos primitivos en África y América del Norte, las civilizaciones india, china y japonesa... De él pudo haberse dicho «Nada humano me es ajeno».

Revolucionó el paradigma mecanicista de la psicología, recalcando la importancia del inconsciente por sobre la del consciente, lo misterioso en lugar de lo conocido, lo místico en lugar de lo científico, lo creativo en lugar de lo productivo y lo religioso en lugar de lo profano.

Uno de sus conceptos claves es el «inconsciente colectivo», fundamento del inconsciente personal, y que vincula al individuo con el conjunto de la humanidad. Descubrió que en los sueños y los mitos subyacen elementos de este inconsciente colectivo que él denominó «arquetipos». Estos no pueden comprenderse directamente por análisis intelectual, sino sólo mediante los símbolos y el lenguaje de la mitología. El arquetipo es el modelo a partir del cual se configuran las copias: es el patrón subyacente, el punto inicial a partir del cual algo se despliega.

Jung distinguía entre arquetipos e imágenes arquetípicas. Reconoció que lo que llega a nuestra consciencia son siempre las imágenes, o sea las manifestaciones concretas y particulares de los arquetipos las que - según él - «nos impresionan, influyen y fascinan». Sin embargo, los arquetipos mismos carecen de forma y no son visualizables. «El arquetipo, como tal es un factor psicoide que pertenece, por así decir, al extremo invisible y ultravioleta del espectro psíquico.» Agregaba que son vacíos y carentes de forma, sólo podemos sentirlos cuando se llenan de contenido individual.

El interés de Jung por las imágenes arquetípicas refleja más énfasis en la forma del pensamiento inconsciente que en su contenido. Nuestra capacidad para responder a experiencias como criaturas creadoras de imágenes es heredada. Las imágenes arquetípicas no son restos de un pensamiento arcaico sino parte de un sistema viviente de interacciones entre la mente humana y el mundo exterior. Las mismas imágenes arquetípicas que aparecen en los sueños dieron origen a las remotas mitologías y religiones que ha habido en la historia de la humanidad. Para Jung, esta capacidad de crear imágenes, y no la razón, es la verdadera función que nos hace humanos. Atender a estas imágenes - que no son ideas traducidas, sino el lenguaje natural del alma - nos ayuda a liberarnos de la opresión de las maneras de pensar verbal y racional que han limitado nuestra creatividad.

El pensamiento simbólico es asociativo, analógico, cargado de afecto, animista, antropomórfico. Puede parecer más pasivo que el pensamiento organizativo y conceptual pues, a diferencia de los pensamientos, sentimos las imágenes como algo que recibimos más que algo fabricado por nosotros (la inspiración del artista). Nuestra vinculación con las imágenes arquetípicas puede comprometernos con la visión de un mundo interior, que puede salvarnos de la trampa de la separatividad entre sujeto y objeto.

Las imágenes arquetípicas son percibidas como independientes de nuestra experiencia personal, nos resultan inexplicables a partir de nuestro conocimiento consciente. Nos sentimos en contacto con algo desconocido hasta ese momento, y generalmente nos asombra descubrir similitudes entre las imágenes y temas de nuestros sueños con los que aparecen en mitos y leyendas de los que no teníamos un conocimiento previo. El impacto que nos produce constatar estas semejanzas es muy poderoso.

Jung siempre hizo notar que las imágenes arquetípicas están tan conectadas con el pasado como con el futuro. Por eso son transformadoras. Decía: «El Yo no sólo contiene el depósito y la totalidad de toda la vida pasada, sino que también es un punto de arranque, el suelo fértil a partir del cual brotará toda vida futura.
La premonición del futuro está tan claramente impresa en nuestros pensamientos más íntimos como lo está el aspecto histórico». Estas imágenes se nos presentan como líneas indicadoras que nos muestran el camino, sin obligarnos a seguirlo. «La vida no sigue líneas rectas, ni líneas cuyo curso pueda verse con gran antelación».

El modo que tenía Jung de trabajar con imágenes arquetípicas no era la interpretación o traducción al lenguaje conceptual, o la reducción a una imagen más general o abstracta, sino lo que él llamaba «amplificación»: conectar la imagen al mayor número posible de imágenes asociadas, manteniendo así fluyente el proceso imaginativo. Se trataba de comunicarse con la multiplicidad, la fecundidad, la interconexión vital entre ellas, no analizar la dependencia que pudieran tener con un origen común. Amplificar significa ir mucho más lejos de la estrecha identidad personal y «recordarnos con una imaginación más amplia» que nos llevaría al ámbito transpersonal.

Jung también trascendió las limitaciones de la ciencia mecanicista describiendo una forma de conexión no causal de acontecimientos a la que llamó «sincronicidad» y que está en relación con ciertos descubrimientos de la física moderna. Se dice que el propio Einstein le alentó a desarrollar este concepto y el físico Pauli colaboró con Jung en escribir un libro sobre ese tema.

Para Jung, la mente es como un sistema autoorganizado, regido por una fuerza creativa y cósmica y que tiende a desarrollarse hacia una integración cada vez mayor. El papel del terapeuta es apoyar este proceso de integración que une nuestros aspectos tanto conscientes como inconscientes. El decía: «El terapeuta debe ser como un médico partero, que ayuda a dar a luz lo que el paciente tiene en su interior».

Le interesaba sobremanera la colaboración entre el Oriente y el Occidente en relación a los caminos de crecimiento personal ofrecido por ambos. Es sorprendente la capacidad perceptiva demostrada por Jung en sus comentarios sobre el budismo tibetano, la India y el yoga, el taoísmo y la meditación zen. No sólo era capaz de comprender lo que para la mayoría de la gente occidental de su época eran sólo experiencias extrañas, sino que consigue relacionarlas con perspectivas occidentales de naturaleza semejante. Resulta difícil valorar en su totalidad estos comentarios que aparecen generalmente en prefacios a libros de alumnos y amigos suyos. Realmente, desempeñó un papel significativo en la introducción de las religiones orientales en el público occidental. Su influencia, ciertamente, ha ayudado a que en Occidente se aprecien la religión y el pensamiento oriental. Eso no impidió que él - con extraordinario buen juicio - nos previniera contra la adopción indiscriminada de religiones extranjeras acompañada del abandono de los fundamentos occidentales.

«Quiero hacer una advertencia muy especial contra el intento de imitar las prácticas y sentimientos orientales. Nada bueno surgirá de ello, a no ser una anulación artificial de nuestra inteligencia occidental. No pueden ni deben abandonar su comprensión occidental: más bien deberían acudir a ellas (estas prácticas) sin imitaciones ni sentimentalismos, para comprender en la medida que es posible a la mente occidental».

Una gran mayoría de los jóvenes occidentales que se fascinaron con las disciplinas orientales, al empezar a someterse a ellas, se desalentaron al darse cuenta de todo el esfuerzo y la devoción que se necesitaba durante un largo período de tiempo en el que no se producían los resultados que ellos esperaban. Otros se rapaban la cabeza o usaban extrañas coletas, además de estrafalarias vestiduras, sin que dieran muestras de algún apreciable progreso en su crecimiento personal. Por otra parte, ha habido cierto número de gente que sí ha sido capaz de sumergirse en técnicas y puntos de vista orientales, no sólo sin ningún riesgo para su salud psíquica, sino con una expansión del conocimiento de sí que no habría sido posible adquirir de otra manera.

Estas excepciones positivas no contradicen las advertencias de Jung. El no se equivocaba al señalar que la asimilación de un punto de vista extranjero, con la consiguiente pérdida de las raíces propias, no es una propuesta demasiado atractiva. Lo ideal es - además de mantenerse en lo propio y aplicar la crítica y actitudes peculiares del occidental a nuestra interioridad - tener en consideración, y procurar comprender, filosofías basadas en concepciones opuestas a las habituales como una manera de alcanzar así una totalidad más integrante. Quienes han leído la autobiografía de Jung recordarán cómo en un sueño descubrió que él era un yogui en profunda meditación, meditando la vida que el soñante vivía.

Este equilibrio entre Oriente y Occidente fue exactamente lo que Jung mantuvo durante su larga vida. En sus escritos mantuvo una actitud científica estricta, pero apreciando y honrando siempre el material psicológico que tenía entre manos. Nunca abandonó la religión de su nacimiento y sus ancestros, por muy amplias que fueran sus apreciaciones sobre las religiones orientales, las que se contraponían con la fe aceptada por la sociedad de su época. Era un ser ecuménico en el sentido más profundo de la palabra. Sus conexiones psicológicas eran múltiples. En algunos de sus sueños aparecían experiencias del politeísmo griego, del judaísmo y del cristianismo. En otros, había temas hindúes, budistas, alquímicos o gnósticos. Jung fue quizás el primer hombre moderno que «habiendo perdido su alma», la encontró en su experiencia individual, pero conservando sus lazos con las religiones del pasado. El explicaba la etimología de «religio» como «observación cuidadosa de lo numinoso», pero su actitud vital se conectaba más con el otro posible origen de la palabra, que significa «enlazando hacia atrás». Jung se comunicaba plenamente con el pasado, en forma histórica y psicológica, con gran respeto.

Todas las religiones del mundo, incluido el budismo, parecen desarrollar sus ramas de fundamentalismo, tradicionalismo, misticismo, libertad del individuo y conversión. Esta variedad refleja los distintos aspectos del alma. La psicología junguiana se ha mostrado receptiva a esta variedad, ocurra ella de manera individual o colectiva. «Dejemos que el alma hable por sí misma», decía Tertuliano. Esta actitud nos permite comprender la voz del alma en el pasado. Desde ese pasado hay algo nuevo surgiendo de la psiquis, otra manera de aproximarse a lo numinoso. Esta nueva experiencia de lo divino se encontraría en la reconciliación entre las religiones del mundo y en su capacidad de comunicarse con un nuevo contenido. Esto, que ha surgido independientemente en Jung, y otros, es una especie de actitud psico-religiosa, cuyas características son: lo divino nos trasciende a todos, diversos caminos llevan a él, todos son valiosos, ninguno es mejor que otro, ninguno necesita trascenderse, todas las religiones tienen su origen en la naturaleza del alma y en cómo se manifiesta en ella lo divino. Hay seguramente una visión hindú, una visión budista, judía o cristiana, pero, por sobre todas las cosas, es una visión unificadora.

La naciente «ecumenización» de la humanidad parece traer consigo regalos valiosos. Uno de ellos es un punto de vista psicológico que nos permite experimentar lo divino desde múltiples ángulos y permite también la reflexión y las preguntas. Parte de este regalo ya nos ha sido concedido, gracias al trabajo de Jung; pero también está surgiendo del inconsciente de mucha gente algo parecido a lo que todas las grandes religiones esperan: que cuando todos nos hallemos en armonía con la Presencia Divina, Ella se manifestará entre nosotros.

Saelas Jarrel

Más Información:
C. G. Jung.- Arquetipos e Inconsciente Colectivo.- Paidós
C. G. Jung.- El Hombre y sus Símbolos.- Luis de Caralt
C. G. Jung.- El Secreto de la Flor de Oro.- Paidós
C. G. Jung.- Energética Psíquica y Esencia del Sueño.- Paidós
C. G. Jung.- La Interpretación de la Naturaleza y de la Psique.- Paidós
C. G. Jung.- Psicología y Alquimia.- Santiago Rueda
C. G. Jung.- Psicología y Religión.- Paidós
C. G. Jung.- Recuerdos, Sueños, Pensamientos.- Seix Barral

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