sábado, 27 de abril de 2013

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por http://www.dailymotion.com/raulespert" target="_blank">raulespert

miércoles, 24 de abril de 2013


NO HAY APEGO SIN TEMOR A PERDERLO

EN EL FILO DELA NAVAJA

 Amar la propia patología, ¿habrá mayor paradoja que aferrarse a lo que nos hace sufrir y defenderlo a ultranza? Nos acostumbramos al dolor y a veces hasta le agarramos gusto. Las personas apegadas viven en el filo de la navaja, esperando lo peor que les pueda pasar: perder el objeto o sujeto de su apego. Miedo a toda hora, minuto a minuto, como una espina clavada en el cerebro y en el alter ego. Todos los apegados tienen su pesadilla personal, que se convierte en preocupación galopante cuando piensan en ello más de la cuenta: ¿Y si me va mal? (Apego al éxito), ¿Y si pierdo mi fortuna? (Apego al dinero), ¿Y si me dejan? (Apego al amor), ¿Y si se va la luz? (Apego a la televisión), ¿Y si cometo una maldad? (Apego a la virtud), ¿Y si hago el ridículo? (Apego a la aprobación); y así.
Aunque cada quien anticipe según su rabo de paja, el factor común del pánico es idéntico: que la fuente de apego se acabe, desaparezca o se mude. Y es comprensible, porque si se considera el objeto del deseo como imprescindible para la vida, romper semejante vínculo sería el acabose.

Lo que le permite sobrellevar el miedo a la pérdida es creer que el objeto o la persona de sus apegos serán eternos y permanentes. Los budistas denominan “ignorancia” a esta manera de pensar (avidya, en sánscrito), una mezcla de infantilismo cognitivo y egocentrismo (inmadurez psicológica) que hace creer a los dependientes que algunas cosas son para siempre. Esa es la ilusión o el subterfugio mental que impide aceptar la realidad tal como es: todos morimos, envejecemos y enfermamos. La existencia o la vida, es impermanente y, por lo tanto, nuestras fuentes de apego se agotarán, nos guste o no. Si aceptaras esta premisa con todo tu ser, no tendrías apegos.

AUSENCIA DE MIEDO Y LA FELICIDAD

El miedo que conlleva el apego se centra, al menos, en tres cosas:

a.       Tener que aguantar o pasar por algo que nos gusta,

b.       No poder mantener lo que es deseable para uno y

c.       No conseguir lo que se quiere.

En psicología lo llamamos frustración/ansiedad y en budismo se denomina “sufrimiento” o también: “aquello que es difícil de soportar”. En el vocabulario de los apegados, la expresión “Ya no te soporto” no existe. Las personas dependientes aguantan cualquier cosa con tal de no perder sus apegos.
Las personas que logran independizarse emocionalmente de algún apego sonríen. No es euforia, sino alegría sosegada. Cuando un niño deja de tener miedo se ríe, mientras que los adultos sonreímos. El alivio produce paz y la paz hace cosquillas.

LA PRÁCTICA DEL DESAPEGO: CÓMO HACERLE FRENTE A LOS TEMORES QUE GENERA EL APEGO

·         IDENTIFICAR EL MIEDO QUE IMPIDE EL DESAPEGO

No hay apego sin miedo. Es la otra cara de la moneda, es el costo ineludible de la dependencia. Siempre tendrás una ansiedad anticipatoria pegada al corazón, mientras pienses que el objeto o la persona de quien dependes determinan tu razón de ser. Pregúntate honestamente: “¿Qué me ofrece este o aquel apego?”,  “¿Compensa alguna de mis limitaciones o debilidades?”, “¿Aporta a mi realización?”, “¿Suple una necesidad impostergable?”, “¿Me brinda algún placer adictivo?”. Cuestiónate directamente y sin disculpas; ¿Qué te ata? Esculca en ti mismo, ve hacia adentro y revísate exhaustivamente. Ten presente que detrás de cada apego hay un miedo, y detrás de cada miedo se esconde un déficit que debes subsanar. Por ejemplo:

ψ     Si consideras que eres una persona poco querible, tendrás miedo a que tu relación afectiva se acabe. Tu mente estará impregnada de un pensamiento catastrófico que no te dejará vivir en paz: “Nadie me amará jamás”.

ψ     Si estás convencido de que “vales por lo que tienes y no por lo que eres”, la sola idea de perder tus bienes resultará aterradora para tu autoestima: “Seré un miserable”

ψ     Si piensas que no eres capaz de dirigir tu propia vida, te apegarás a los modelos de seguridad/autoridad por miedo a la soledad y al abandono: “Necesito a alguien más fuerte que yo para poder sobrevivir”.

Trata de descubrir la secuencia: déficit-miedo-apego, y allí encontrarás la estructura que define tu dependencia. La estrategia para acabar con el temor a perder la fuente de apego es como sigue: supera el déficit o acaba con la necesidad irracional, y el miedo caerá a medida que la dependencia pierda fuerza.

·         ACEPTAR LO PEOR QUE PUEDA OCURRIR

Soltarse y dejarse ir. Matar toda esperanza, toda aspiración que te relacione con el apego, así sea por algunos minutos, como cuando meditamos o nos da un ataque pasajero de valentía.

Para aceptar lo peor que pueda ocurrir hay que ir mentalmente hasta el final de la cadena de acontecimientos temidos.

ψ     Imagínate lo que más temes, fantasea con ello, mantenlo en tu mente. No lo evites. Piensa de ex profeso en la “catástrofe” que sería perder ese algo o esa persona que te resulta imprescindible. Quédate ahí, no dejes ir la imagen, trata de retenerla hasta que sientas una pizca de resignación de la buena o te habitúes a la imagen. Juega a que no te importe en lo absoluto, a no desear, a no querer, a no esperar nada de ese apego en particular. Cuando alguien dice: “Me da lo mismo” ya no teme; es libre.

ψ     “¿Y si se cae el avión?”, decía un paciente con miedo a volar. La respuesta dada con argumento de los sabios griegos de la antigüedad: “No están horrible: Queda la muerte, el adiós definitivo, la terminación y el regreso a casa”. El paciente no supo si llorar o reír, pero después empezó a encontrarle sentido. Todo acaba, todo termina, lo más hermoso y lo más atroz. Lo “peor que pueda ocurrir” no es arder en el infierno por toda la eternidad: ¡Es la idea misma de la eternidad!

De niño seguramente hemos sido testigos directos o indirectos de una frase: la gente mala se va al infierno “para siempre”, lo que más angustiaba de hecho, era oír la palaba “siempre”  que es “para siempre”, porque cierra toda posibilidad, todo camino, toda puerta de escape… Si existiera forma de conseguir la inmortalidad lo más deseado para todos sería la muerte. Esto no quiere decir ni por asomo que haya que quitarse la vida o ser un temerario irresponsable, lo que quiere decir es que   “Lo peor nunca es lo peor” debido a que tiene fecha de caducidad y se acaba. Que sirva de consuelo anticipado: Si perdieras alguno de tus anhelados apegos, el sufrimiento sería resuelto por el organismo a través del duelo (si lo dejas trabajar). Con el tiempo, tu apego tan amado, tan vital e irremplazable, terminará siendo un mal recuerdo.

ψ     “Me entrego a la providencia”, diría un estoico. Aceptar lo que vaya a ocurrir es la mejor opción cuando lo que deseo o espero escapa a mi control o ya no depende de mí. La regla es como sigue: si algo depende de ti y vale la pena, lucha, resiste y aguanta hasta donde seas capaz, pero si escapa a tu control y nada puedes hacer al respecto, no persigas ciegamente un imposible, deja que el destino, Dios o lo que sea, se hagan cargo del asunto. Aceptar lo peor que pueda pasar u ocurrir no es negar el poder de decisión que tienes, sino marcar sus límites y humanizarlo. Podemos llamarlo “modestia adaptativa”: la ocurrencia de un sismo no depende de ti, lo que depende de ti es tratar de salvarte, escapar y buscar refugio. De manera similar, y siguiendo con la climatología, no podrás detener la lluvia pero sí comprarte un enorme y bello paraguas. Dicho de otra manera: la “modestia adaptativa” es comprender hasta dónde deben llegar y se justifican tus esfuerzos. Cuando algún optimista insensato me dice que no hay imposibles, me lo imagino tratando de volar sin ayuda y cayendo de culo.

·         ASUSTAR AL MIEDO

Es una variante del punto anterior: retar los temores para que vengan a tu encuentro y hacerles frente, como si estuvieras enfrentando a un enemigo que es cobarde. El método consiste en hacer exactamente lo que tus miedos o tus creencias infundadas te impiden hacer. Por ejemplo: si crees que no sabes hablar en público, porque no tienes una buena voz, tartamudeas a veces o sudas cuando estás frente al auditorio, pues reta al miedo escénico, provócalo y toma el control: habla en público cada vez que puedas, así sea incómodo o doloroso. Y si con el tiempo vas mejorando, no te duermas en los laureles. No te confíes; de tanto en tanto, llama al miedo, a ver si es capaz de regresar. Búscalo en cada resquicio de tu ser, en sus escondites preferidos. Dile como un antiguo espadachín: “Te reto a que me impidas dar la conferencia: “¡A ver si eres capaz, pedazo de imbécil!”. El efecto es paradójico, similar a lo que le ocurre  la gente que sufre de insomnio y en vez de dar vueltas en la cama y tratar de dormir porque ya no les da la gana; a la  media hora están roncando.

Yo llamaría a esta práctica del desapego un “entrenamiento en valentía”: fortalecerse intencionalmente ante la posible pérdida del objeto de nuestros deseos. Ayunos programados para los que tienen apego a la comida; salir sin plata y mirar vitrinas para quienes son adictos a comprar; tener discusiones enfáticas con Dios para los apegados a la espiritualidad; doblegarse y dejarse mandar para quienes aman el poder; perder a propósito para quien desea ganar a toda costa; hacer el ridículo para los que necesitan la aprobación; y así. Exponerse e inocularse el estrés que genera el apego para crear defensas.

Una mujer que temía a los fantasmas y debía dormir con las luces prendidas, aplicó el método y decidió “asustar a los fantasmas”. Nunca había visto uno, pero se los imaginaba como en las viejas películas de terror de Bela Lugosi: arrastrando cadenas, vestidos con mantos blancos y de rostro pálido. El primer paso fue disfrazarse ella misma de fantasma. Su esposo e hijos colaboraron activamente: talco en la cara, una túnica blanca, música tenebrosa y unas cadenas atadas al tobillo. Cuando el reloj daba las doce en punto de la noche, vestida de esa manera, debía llamarlos con la luz apagada e insultarlos. Abrir los closets, entrar intempestivamente a un cuarto buscarlos debajo de la cama, en las alacenas, en fin, debía desafiarlos y sacarlos de sus escondites. Los primeros intentos fueron difíciles y la paciente sudaba adrenalina, pero poco a poco fue cambiando el pánico por una actitud más valerosa. Al cabo de unas semanas el ejercicio le producía risa y se generalizó positivamente a otros lugares. Esto, no está de más decirlo, se llevó a cabo en un contexto de terapia y supervisión con profesionales experimentados.

El miedo a perder los apegos es como los fantasmas: “asustan más de lejos que de cerca” (Maquiavelo). Cuando no te inclinas ante ellos, van perdiendo su poder intimidatorio. Las palabras mágicas, las que surgen del desapego, son: “Ya no temo perderte: meda lo mismo que te acabes o te vayas”.

·         TENER CONFIANZA EN UNO MISMO

En cierto sentido, somos lo que nos decimos. Si piensas que eres inútil o incapaz, te sentirás mal respecto a tus posibilidades y las cosas no funcionarán bien. Pero si logras hacer a un lado los pensamientos derrotistas y fatalistas que caracterizan a la gente miedosa, podrás persistir en tus metas y no desertar. No hablo de autoengaño o de una forma amañada de autosuficiencia, sino de realismo convincente. Si te dices todo el día que fracasarás, el miedo a fallar bajará tu rendimiento, no obtendrás buenos resultados y harás que se cumplan tus profecías negativas. Tú creas los monstruos y dejas que te devoren. “Quien vive temeroso no será nunca libre”, decía Horacio.

El miedo te limita, te encierra, te esclaviza.

Cuando algún paciente pregunta en relación a su trastorno: “¿Voy a curarme?, la respuesta suele ser: “Vamos a dar la pelea”. Y uno de los principales requisitos para luchar es no sabotearse a uno mismo utilizando Autoverbalizaciones destructivas: Si posees las habilidades o competencias para afrontar los miedos, hazlo de una vez; y si no las tienes, apréndelas, róbalas o tómalas prestadas, pero no te quedes de brazos cruzados.

Extractos del libro Desapegarse sin anestesia de Walter Riso. Editorial Planeta 2012.

CÓMO RECONOCER EL APEGO EN UNO MISMO


Existen seis manifestaciones típicas que definen el apego (apego inseguro o ansioso).Si presentas algunos de estos indicadores es posible que ya estés enredado con algo o alguien de manera inadecuada.

1.       Negociar la libertad (Autonomía restringida).Si estas apegado no serás el dueño de tus acciones. Estarás bajo la dirección y mando de algo a alguien que obrará como un amo y te comportarás como un esclavo obediente y embelesado. Perderás la libertad interior y tu capacidad de decisión como si le hubieses vendido tu alma al diablo. El apego es una patología de la libertad que te quita hasta el último aliento de energía vital.

2.       Un impulso incontrolable hacia algo o alguien (Deseo insaciable). Nunca estarás satisfecho. Ya sea porque quieres llenar un vacío que no se llena o porque no puedes tener disponible cada vez que se te antoje el objeto/persona de tu apego. Tu sed será inextinguible, y cuanto más recibas, más querrás. Llegará un momento en que el alivio de no perderlo será más determinante que el placer de tenerlo en sí mismo. La dicha inicial se convertirá en dolor.

3.       El miedo a perder la fuente de apego (Ansiedad anticipatoria a la pérdida). Si piensas que tu fuente de apego lo es todo y el principal motivo de tu existencia, es apenas natural que el miedo a perderla no te deje en paz. La ansiedad anticipatoria será una carga inevitable. Estarás pendiente de cualquier signo o indicador que te haga sospechar de la ruptura del vínculo. Para vencer el apego hay que estar abierto a la renuncia y aceptar lo peor que pueda pasar. ¿Pero cómo hacerlo si el miedo te nubla la razón?

4.       La identidad desorientada (Déficit en el autoconocimiento). Los que llevan mucho tiempo adictos a una actividad, un bien material o una persona, ya no saben en realidad quiénes son: andan perdidos y no se encuentran a sí mismos. Los dependientes se han entregado tanto a su fuente de apego, que han perdido contacto con su “yo” auténtico. Quizás ya no recuerdes cómo o quién eras antes de establecer la simbiosis del apegado, pero si escarbas en ti mismo con perseverancia volverás a encontrarte y reconocerte.

5.       Un instinto de posesión exacerbado hacia algo o alguien (Necesidad de apoderase o adueñarse). La necesidad de posesión y la pérdida de identidad van de la mano. El afán de poseer pretende convertir aquello que se desea en una extensión personal. Cuando el “mi” se apodera del “yo”, este se vuelve acaparador y lo quiere todo. La necesidad de adueñarse de las cosas o de las personas te debilitará hasta agotar reservas. Como verás más adelante, tener no es poseer. Pensarás que las cosas son para siempre y de manera irracional reducirás tu tolerancia a la frustración a la mínima expresión.

6.       Restricción de la capacidad de sentir a causa del apego (Reducción hedonista). Tu experiencia vital se limitará sustancialmente porque la fuente de apego absorberá toda tu energía y capacidad de disfrute. Tendrás ojos y aliento solo para mantener tu vínculo de dependencia y no verás ni sentirás nada más: estarás atrapado en una reducción hedonista cada vez mayor. Solo te interesarás por tu fuente de apego. La gente que logra desapegarse descubre que había un mundo vivaz y palpitante a su alrededor que increíblemente había pasado desapercibido.