NO HAY APEGO SIN TEMOR A PERDERLO
EN
EL FILO DELA NAVAJA
Aunque cada quien anticipe según su
rabo de paja, el factor común del pánico es idéntico: que la fuente de apego se
acabe, desaparezca o se mude. Y es comprensible, porque si se considera el
objeto del deseo como imprescindible para la vida, romper semejante vínculo
sería el acabose.
Lo que le permite sobrellevar el miedo
a la pérdida es creer que el objeto o la persona de sus apegos serán eternos y
permanentes. Los budistas denominan “ignorancia” a esta manera de pensar
(avidya, en sánscrito), una mezcla de infantilismo cognitivo y egocentrismo
(inmadurez psicológica) que hace creer a los dependientes que algunas cosas son
para siempre. Esa es la ilusión o el subterfugio mental que impide aceptar la realidad
tal como es: todos morimos, envejecemos y enfermamos. La existencia o la vida,
es impermanente y, por lo tanto, nuestras fuentes de apego se agotarán, nos
guste o no. Si aceptaras esta premisa con todo tu ser, no tendrías apegos.
AUSENCIA
DE MIEDO Y LA FELICIDAD
El miedo que conlleva el apego se
centra, al menos, en tres cosas:
a.
Tener que aguantar o pasar por
algo que nos gusta,
b.
No poder mantener lo que es
deseable para uno y
c.
No conseguir lo que se quiere.
En psicología lo llamamos frustración/ansiedad
y en budismo se denomina “sufrimiento” o también: “aquello que es difícil de
soportar”. En el vocabulario de los apegados, la expresión “Ya no te soporto”
no existe. Las personas dependientes aguantan cualquier cosa con tal de no perder
sus apegos.
Las personas que logran independizarse
emocionalmente de algún apego sonríen. No es euforia, sino alegría sosegada.
Cuando un niño deja de tener miedo se ríe, mientras que los adultos sonreímos.
El alivio produce paz y la paz hace cosquillas.
LA
PRÁCTICA DEL DESAPEGO: CÓMO HACERLE FRENTE A LOS TEMORES QUE GENERA EL APEGO
·
IDENTIFICAR
EL MIEDO QUE IMPIDE EL DESAPEGO
No
hay apego sin miedo. Es la otra cara de la moneda, es el costo ineludible de la
dependencia. Siempre tendrás una ansiedad anticipatoria pegada al corazón,
mientras pienses que el objeto o la persona de quien dependes determinan tu
razón de ser. Pregúntate honestamente:
“¿Qué me ofrece este o aquel apego?”,
“¿Compensa alguna de mis limitaciones o debilidades?”, “¿Aporta a mi
realización?”, “¿Suple una necesidad impostergable?”, “¿Me brinda algún placer
adictivo?”. Cuestiónate directamente y sin disculpas; ¿Qué te ata? Esculca en
ti mismo, ve hacia adentro y revísate exhaustivamente. Ten presente que detrás
de cada apego hay un miedo, y detrás de cada miedo se esconde un déficit que
debes subsanar. Por ejemplo:
ψ Si
consideras que eres una persona poco querible, tendrás miedo a que tu relación
afectiva se acabe. Tu mente estará impregnada de un pensamiento catastrófico
que no te dejará vivir en paz: “Nadie me amará jamás”.
ψ Si
estás convencido de que “vales por lo que tienes y no por lo que eres”, la sola
idea de perder tus bienes resultará aterradora para tu autoestima: “Seré un
miserable”
ψ Si
piensas que no eres capaz de dirigir tu propia vida, te apegarás a los modelos
de seguridad/autoridad por miedo a la soledad y al abandono: “Necesito a
alguien más fuerte que yo para poder sobrevivir”.
Trata de descubrir la secuencia:
déficit-miedo-apego, y allí encontrarás la estructura que define tu
dependencia. La estrategia para acabar con el temor a perder la fuente de apego
es como sigue: supera el déficit o acaba con la necesidad irracional, y el
miedo caerá a medida que la dependencia pierda fuerza.
·
ACEPTAR
LO PEOR QUE PUEDA OCURRIR
Soltarse
y dejarse ir. Matar toda esperanza, toda aspiración que te relacione con el
apego, así sea por algunos minutos, como cuando meditamos o nos da un ataque
pasajero de valentía.
Para
aceptar lo peor que pueda ocurrir hay que ir mentalmente hasta el final de la
cadena de acontecimientos temidos.
ψ Imagínate
lo que más temes, fantasea con ello, mantenlo en tu mente. No lo evites. Piensa
de ex profeso en la “catástrofe” que sería perder ese algo o esa persona que te
resulta imprescindible. Quédate ahí, no dejes ir la imagen, trata de retenerla
hasta que sientas una pizca de resignación de la buena o te habitúes a la
imagen. Juega a que no te importe en lo absoluto, a no desear, a no querer, a
no esperar nada de ese apego en particular. Cuando alguien dice: “Me da lo
mismo” ya no teme; es libre.
ψ “¿Y
si se cae el avión?”, decía un paciente con miedo a volar. La respuesta dada
con argumento de los sabios griegos de la antigüedad: “No están horrible: Queda
la muerte, el adiós definitivo, la terminación y el regreso a casa”. El
paciente no supo si llorar o reír, pero después empezó a encontrarle sentido.
Todo acaba, todo termina, lo más hermoso y lo más atroz. Lo “peor que pueda
ocurrir” no es arder en el infierno por toda la eternidad: ¡Es la idea misma de
la eternidad!
De niño
seguramente hemos sido testigos directos o indirectos de una frase: la gente
mala se va al infierno “para siempre”, lo que más angustiaba de hecho, era oír
la palaba “siempre” que es “para
siempre”, porque cierra toda posibilidad, todo camino, toda puerta de escape…
Si existiera forma de conseguir la inmortalidad lo más deseado para todos sería
la muerte. Esto no quiere decir ni por asomo que haya que quitarse la vida o
ser un temerario irresponsable, lo que quiere decir es que “Lo
peor nunca es lo peor” debido a que tiene fecha de caducidad y se acaba.
Que sirva de consuelo anticipado: Si perdieras alguno de tus anhelados apegos,
el sufrimiento sería resuelto por el organismo a través del duelo (si lo dejas
trabajar). Con el tiempo, tu apego tan amado, tan vital e irremplazable,
terminará siendo un mal recuerdo.
ψ “Me
entrego a la providencia”, diría un estoico. Aceptar lo que vaya a ocurrir es
la mejor opción cuando lo que deseo o espero escapa a mi control o ya no
depende de mí. La regla es como sigue: si algo depende de ti y vale la pena,
lucha, resiste y aguanta hasta donde seas capaz, pero si escapa a tu control y
nada puedes hacer al respecto, no persigas ciegamente un imposible, deja que el
destino, Dios o lo que sea, se hagan cargo del asunto. Aceptar lo peor que pueda
pasar u ocurrir no es negar el poder de decisión que tienes, sino marcar sus
límites y humanizarlo. Podemos llamarlo “modestia adaptativa”: la ocurrencia de
un sismo no depende de ti, lo que depende de ti es tratar de salvarte, escapar
y buscar refugio. De manera similar, y siguiendo con la climatología, no podrás
detener la lluvia pero sí comprarte un enorme y bello paraguas. Dicho de otra
manera: la “modestia adaptativa” es comprender hasta dónde deben llegar y se
justifican tus esfuerzos. Cuando algún optimista insensato me dice que no hay
imposibles, me lo imagino tratando de volar sin ayuda y cayendo de culo.
·
ASUSTAR
AL MIEDO
Es
una variante del punto anterior: retar los temores para que vengan a tu
encuentro y hacerles frente, como si estuvieras enfrentando a un enemigo que es
cobarde. El método consiste en hacer exactamente lo que tus miedos o tus
creencias infundadas te impiden hacer. Por ejemplo: si crees que no sabes
hablar en público, porque no tienes una buena voz, tartamudeas a veces o sudas
cuando estás frente al auditorio, pues reta al miedo escénico, provócalo y toma
el control: habla en público cada vez que puedas, así sea incómodo o doloroso.
Y si con el tiempo vas mejorando, no te duermas en los laureles. No te confíes;
de tanto en tanto, llama al miedo, a ver si es capaz de regresar. Búscalo en
cada resquicio de tu ser, en sus escondites preferidos. Dile como un antiguo
espadachín: “Te reto a que me impidas dar la conferencia: “¡A ver si eres
capaz, pedazo de imbécil!”. El efecto es paradójico, similar a lo que le
ocurre la gente que sufre de insomnio y
en vez de dar vueltas en la cama y tratar de dormir porque ya no les da la
gana; a la media hora están roncando.
Yo
llamaría a esta práctica del desapego un “entrenamiento en valentía”:
fortalecerse intencionalmente ante la posible pérdida del objeto de nuestros
deseos. Ayunos programados para los que tienen apego a la comida; salir sin
plata y mirar vitrinas para quienes son adictos a comprar; tener discusiones
enfáticas con Dios para los apegados a la espiritualidad; doblegarse y dejarse
mandar para quienes aman el poder; perder a propósito para quien desea ganar a
toda costa; hacer el ridículo para los que necesitan la aprobación; y así.
Exponerse e inocularse el estrés que genera el apego para crear defensas.
Una
mujer que temía a los fantasmas y debía dormir con las luces prendidas, aplicó
el método y decidió “asustar a los fantasmas”. Nunca había visto uno, pero se
los imaginaba como en las viejas películas de terror de Bela Lugosi:
arrastrando cadenas, vestidos con mantos blancos y de rostro pálido. El primer
paso fue disfrazarse ella misma de fantasma. Su esposo e hijos colaboraron
activamente: talco en la cara, una túnica blanca, música tenebrosa y unas
cadenas atadas al tobillo. Cuando el reloj daba las doce en punto de la noche,
vestida de esa manera, debía llamarlos con la luz apagada e insultarlos. Abrir los
closets, entrar intempestivamente a un cuarto buscarlos debajo de la cama, en
las alacenas, en fin, debía desafiarlos y sacarlos de sus escondites. Los
primeros intentos fueron difíciles y la paciente sudaba adrenalina, pero poco a
poco fue cambiando el pánico por una actitud más valerosa. Al cabo de unas
semanas el ejercicio le producía risa y se generalizó positivamente a otros
lugares. Esto, no está de más decirlo, se llevó a cabo en un contexto de
terapia y supervisión con profesionales experimentados.
El
miedo a perder los apegos es como los fantasmas: “asustan más de lejos que de
cerca” (Maquiavelo). Cuando no te inclinas ante ellos, van perdiendo su poder
intimidatorio. Las palabras mágicas, las que surgen del desapego, son: “Ya no
temo perderte: meda lo mismo que te acabes o te vayas”.
·
TENER
CONFIANZA EN UNO MISMO
En
cierto sentido, somos lo que nos decimos. Si piensas que eres inútil o incapaz,
te sentirás mal respecto a tus posibilidades y las cosas no funcionarán bien.
Pero si logras hacer a un lado los pensamientos derrotistas y fatalistas que
caracterizan a la gente miedosa, podrás persistir en tus metas y no desertar.
No hablo de autoengaño o de una forma amañada de autosuficiencia, sino de
realismo convincente. Si te dices todo el día que fracasarás, el miedo a fallar
bajará tu rendimiento, no obtendrás buenos resultados y harás que se cumplan
tus profecías negativas. Tú creas los monstruos y dejas que te devoren. “Quien
vive temeroso no será nunca libre”, decía Horacio.
El
miedo te limita, te encierra, te esclaviza.
Cuando
algún paciente pregunta en relación a su trastorno: “¿Voy a curarme?, la
respuesta suele ser: “Vamos a dar la pelea”. Y uno de los principales
requisitos para luchar es no sabotearse a uno mismo utilizando
Autoverbalizaciones destructivas: Si posees las habilidades o competencias para
afrontar los miedos, hazlo de una vez; y si no las tienes, apréndelas, róbalas
o tómalas prestadas, pero no te quedes de brazos cruzados.
Extractos
del libro Desapegarse sin anestesia de Walter Riso. Editorial Planeta 2012.
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