La psicología clínica es una ciencia que está
alcanzando un gran desarrollo en nuestra sociedad. La experiencia de recibir
orientación o tratamiento por parte de un profesional competente ha sido y será
muy positiva para mucha gente, y para algunas personas, resulta vital
para su bienestar y calidad de vida. Pero no siempre es así. Existen una gran
cantidad de tratamientos psicológicos y de psicoterapeutas. Esta actividad es
ejercida fundamentalmente por médicos y psicólogos, aunque hay algunos otros
“profesionales” de dudosa titulación y formación. La calidad y efectividad de
los tratamientos es muy variable, como lo es también la metodología y los
honorarios de los diversos terapeutas. La mayoría de profesionales tiene un
comportamiento ético correcto, y por fortuna, la formación de los psicólogos
clínicos es cada vez mejor y el intrusismo es denunciado con mayor frecuencia.
Sin embargo, el usuario de estos servicios se
encuentra algunas veces desprotegido ante prácticas pseudocientíficas,
ineficaces y en ocasiones ante actitudes engañosas, abusivas y otras veces ante
auténticas patrañas (que por cierto, resultan carísimas)
¿Cómo identificar a los terapeutas incompetentes,
antiéticos o charlatanes? Existen pocas cosas seguras, pero les garantizo al
99,9% que esta pequeña guía sirve para reconocerlos de inmediato:
A pesar de la reputación, fama, prestigio, títulos,
estudios, etc. que tenga el profesional al que se acuda, desconfíe de
cualquiera que actúe del siguiente modo:
1. Quien le proponga, insinúe, o inicie
deliberadamente cualquier clase de contacto físico-sexual alegando que “forma
parte de la terapia”. Este tipo de conducta no es aceptable bajo ningún
concepto. (De hecho, es constitutiva de delito.) Póngalo en conocimiento del
colegio profesional al que pertenezca, o denúncielo en el juzgado, sobre todo
si no posee titulación como psicólogo o médico.
2. Quien pase la mayor parte de las sesiones hablándole de
su propia vida, sus problemas, su mujer, sus necesidades sexuales, la vida de
otros pacientes, etc.
3. Quien le requiera, como condición para realizar la
terapia, cantidades de dinero a cuenta, que corte toda relación con sus padres,
pareja, hijos, la adquisición de algún artefacto “energético” o cualquier otra
petición irrazonable y absurda.
4. Quien le diga que sabe exactamente cuál es su problema y
cómo solucionarlo, sin haber hablado apenas unos minutos, o quien diga estar
especializado no en problemas específicos como ansiedad o depresión sino en
tratar todos los problemas como si tuvieran una única causa, aplicando la misma
terapia “tal o cual” (p.ej. “hipnoterapeuta” “bioenergética”, “risoterapia” o
“pnl”) para todo.
5. Quien le diga que ha de ser hipnotizado para descubrir
sus recuerdos ocultos de vidas pasadas, memorias reprimidas, entidades malignas
o cualquier tipo de patraña sobrenatural por el estilo.
6. Quien trate de persuadirle para que acepte ciertas
nociones o creencias religiosas, metafísicas o pseudocientíficas como condición
terapéutica. Para recibir un buen tratamiento psicológico, no es necesario
creer en Dios, la reencarnación, energías telúricas, posesiones infernales,
memorias ocultas, nuevas eras, etc. Aunque estas creencias están muy extendidas
y son bastante seductoras para algunas personas necesitadas de ayuda que son especialmente
vulnerables y crédulas ante los sistemas doctrinales esotéricos.
Una creciente minoría de clínicos parece basar
principalmente su actividad profesional de evaluación y tratamiento psicológico
en su “gran” experiencia clínica y la intuición más que en conocimiento
fundamentado en investigación científica. En consecuencia, el abismo entre la
práctica clínica y los resultados de estudios empíricos se ensancha
constantemente, con lo que se erosiona la imagen profesional del psicólogo
clínico, y puede llegar a cuestionarse seriamente la confianza del usuario que
accede a los servicios de tratamiento psicológico.
No se trata de un problema nuevo, sino que ha
estado presente desde los orígenes de la profesión. Actualmente, la formación
científica del psicólogo ha mejorado sustancialmente, pero algunos clínicos,
por discapacidad ética, pereza mental, lucro creciente o simple incompetencia
se instalan en estas prácticas, puesto que gozan de excelentes medios de
promoción directa e indirecta y de relativa impunidad, ya que las denuncias y
sanciones por mala praxis son muy escasas.
En los últimos años, ha habido un
incremento vertiginoso de cursos, masters, y programas formativos en psicología
clínica, que dedican una escasa, si no ausente, atención al fundamento
científico de las intervenciones y técnicas que ofrecen enseñar.
La floreciente industria de
la psicoterapia “new age” ha propiciado el crecimiento de la oferta de métodos
psicoterapéuticos de dudosa o desconocida validez. Como una serie incompleta de
terapias dudosas que se ofertan ampliamente en el mercado, podemos mencionar,
por ejemplo: terapia de grito primal, respiración holotrópica, sexo tántrico,
terapia de vidas pasadas, rebirthing, método Silva de control mental,
grafoterapia, vegetoterapia caracteroanalítica, programación neurolingüística,
constelaciones familiares, desposesión, terapia chamánica, risoterapia, y un
largo etcétera de tratamientos relacionados con esoterismo, nueva era,
conciencia cuántica, extraterrestres, equilibración de “energías”,
reencarnación, y toda suerte de pseudoconceptos tan estrafalarios como
incontrastables.
La generosa cobertura
mediática de que gozan estas prácticas está tan ampliamente extendida como
escasa es la evaluación crítica de sus pretensiones terapéuticas.
Por otra parte, la industria
editorial de la autoayuda produce centenares de títulos nuevos cada año, y
muchos de ellos prometen soluciones sencillas y rápidas para problemas
complejos y discapacitantes. Aunque hay algunos materiales pueden resultar
útiles, la mayoría de textos carecen del mínimo fundamento científico. Además,
están apareciendo diversos “psicogurús” en los medios de comunicación que
proporcionan consejos y explicaciones de cuestionable validez científica a una
audiencia receptiva y posiblemente vulnerable de personas con diversos
problemas psicológicos, que quedan maravillados ante la “profundidad” de las
reflexiones, pero sus problemas cotidianos y dificultades emocionales quedan
sin respuesta, en el mejor de los casos.
Muchas prácticas igualmente
cuestionables pueden encontrarse en el ámbito de la evaluación psicológica y el
diagnóstico. A pesar de la evidencia abrumadora de la superioridad de los
métodos objetivos actuariales sobre el juicio clínico [1] (Godoy, 1996; Grove, Zald, Lebow,
Snitz y Nelson, 2000), algunos clínicos confían excesivamente en su propia
opinión y experiencia, y de modo imprudente pueden hacer diagnósticos sesgados
y cometer diversos errores de razonamiento ( por ej. sesgos confirmatorios o
correlaciones ilusorias) en la formulación de un caso. Por otro lado, algunos
clínicos fundamentan sus interpretaciones e informes mediante métodos
controvertidos y científicamente cuestionables, por ejemplo: técnicas
proyectivas de dibujo de figura humana, test de manchas de tinta Rorschach y
sus variantes, inventario tipológico Myers-Briggs, muñecas anatómicamente
detalladas, Eneagrama, etc.
Por desgracia, no existe ninguna garantía de que un
determinado terapeuta esté adecuadamente formado, sea éticamente correcto,
responsable, o incluso de que esté cuerdo. El usuario ha de saber defenderse
solo, ejerciendo el derecho y el deber de informarse del fundamento científico
de la psicoterapia que está recibiendo y de la capacitación del profesional que
la aplica. Recuerde que siempre tiene derecho en cualquier momento a recibir
una segunda opinión confidencial, con o sin permiso de su terapeuta.
[1] Grove, W. M., Zald, D. H.,
Lebow, B. S., Snitz, B. E., Nelson, C. (2000). Clinical versus mechanical
prediction: A meta-analysis. Psychological Assessment, 12,
19-30.
Godoy, J. (1996)
: Toma de decisiones y juicio clínico. Madrid. Pirámide.
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