La ansiedad es un mecanismo evolutivamente diseñado para facilitar la
adaptación al medio. En los remotos tiempos de nuestros antepasados más
primitivos, la resolución de cualquier enfrentamiento con los peligros que la
naturaleza pudiera imponer (desde catástrofes naturales a situaciones de
conflicto con otros grupos de humanos o depredadores) dependía directamente de
la capacidad del organismo para reaccionar ante ellos. En este sentido, la
respuesta de ansiedad facilitaba una miríada de cambios fisiológicos dirigidos
a propiciar una conducta de lucha o huida que mejorara las probabilidades de
supervivencia. Desde esta perspectiva, es coherente derrumbar la mala prensa
que la ansiedad tiene en la actualidad y pensar que sin ella, muy
probablemente, jamás hubiéramos llegado hasta donde lo hemos hecho.
Aunque la ansiedad tiene un evidente correlato fisiológico (mediante la
emisión de cortisol desde las glándulas suprarrenales a través del eje
hipotálamo hipofisiario adrenal -HHA-), ésta no puede circunscribirse en
exclusiva a un fenómeno biológico: la ansiedad es una respuesta tridimensional
compleja que se manifiesta en síntomas cognitivos, fisiológicos y motores. Cada
persona experimenta la ansiedad de una forma única, por lo que es necesario
ahondar en el modo particular en que ésta se expresa (predominio cognitivo,
predominio fisiológico, etc.).
Los síntomas de corte cognitivo hacen referencia a aquellas rumiaciones o
preocupaciones excesivas/desbordantes que a veces se interpretan como
pensamientos intrusivos. En casos de gran ansiedad (como se observa, por
ejemplo, durante los ataques de pánico) pueden llegar a manifestarse
distorsiones perceptivas, sensación de muerte inminente (por asfixia o paro
cardíaco), miedo a perder el control o incluso un temor intenso a volverse
loco. Se trata, en todos los casos, de interpretaciones subjetivas de síntomas
físicos que a menudo están bruñidas de expectativas irreales sobre las
consecuencias probables de la hiperactivación ansiosa (como veremos más
adelante).
Los síntomas fisiológicos son muy diversos y oscilan desde taquicardias a
sudoración, pasando por temblores, actividad peristáltica intestinal acentuada,
pérdida de sensibilidad, midriasis (dilatación de las pupilas),
hiperventilación, etc. A menudo son el detonante a partir del cual emerge una
interpretación subjetiva (síntomas cognitivos), que puede llegar a convertir
niveles de ansiedad moderados (adaptativos) en auténticos episodios de pánico
(especialmente en aquellos casos en los que surge un pensamiento catastrófico
para explicar procesos naturales del organismo). Los fenómenos aquí observados
son reacciones del cuerpo ante un peligro percibido (o su anticipación), sea
real o no en términos objetivos, pero que en todo caso tratan de promover una
respuesta adaptativa.
Por último, los síntomas de tipo motor se refieren a todo aquello que la
persona hace de forma explícita para enfrentarse a la ansiedad. Se trata de
estrategias tan dispares como la huida, la evitación, el escape, las técnicas
de relajación, el recurso a elementos que proporcionen seguridad (estar
acompañado de otra persona, por ejemplo), etc.
Como respuesta fisiológica, la experiencia de ansiedad tiende a disolverse
con el paso del tiempo (por el antagonismo del sistema nervioso simpático y
parasimpático). Por ejemplo, cuando la elevada ansiedad surge como una
respuesta ante la presencia de estímulos muy concretos (como ocurre en la fobia
específica) ésta encuentra su máxima expresión cinco minutos después del inicio
de la exposición, para pasar a reducirse progresivamente hasta su total
desaparición. Cuando una persona es capaz de afrontar la presencia del estímulo
fóbico durante un tiempo suficiente, la respuesta de ansiedad pasa a ser más
breve y menos intensa en ocasiones sucesivas (mientras que la percepción de
autoeficacia aumenta paralelamente). Alcanzado cierto punto, la persona puede
llegar a manejar/interactuar con normalidad ante las situaciones/estímulos que
temía. Este fenómeno (extinción) es la base a partir de la cual las estrategias
de exposición surten un enorme efecto terapéutico en el tratamiento de
múltiples trastornos de ansiedad.
EL TRASTORNO DE
PÁNICO
Definiríamos el Trastorno de Pánico como la tendencia a experimentar
ataques de pánico con frecuencia, de modo que la vida llega a condicionarse
verdaderamente. Algunas personas que sufren ataques de pánico son incapaces de
identificar situaciones específicas (o su anticipación) que propicien la
sintomatología, percibiendo así su aparición como imprevisible. Más adelante
veremos que esto realmente no es así, y siempre puede trazarse una relación
causal con estímulos externos (especialmente cuando existe una agorafobia
comórbida) o internos (reacciones fisiológicas como sudoración, parestesias o
taquicardia). Por supuesto, aprender a detectar estas situaciones requiere un
trabajo conjunto entre el terapeuta y el paciente que promueva el
autoconocimiento por parte de este último.
Los ataques de pánico son, en esencia, respuestas extremas de ansiedad. En
ellas pueden emerger síntomas profundamente perturbadores para la persona,
tales como disnea e hiperventilación (respiración dificultosa), taquicardias,
sudoración, temblores, etc. que por su gran intensidad pueden hacer pensar a la
persona que está sufriendo una enfermedad grave (cuando en realidad es una
respuesta natural del sistema nervioso simpático). En otras ocasiones, la
persona puede sentir que su entorno adquiere una naturaleza que le resulta
particularmente irreal (desrealización), o incluso que se está volviendo loca.
La percepción subjetiva de estos síntomas actúa como elemento reforzador del
episodio: cuando aparecen, la persona los interpreta como algo catastrófico
(muerte inminente, asfixia letal, pérdida de la cordura, etc.) aumentando su
ansiedad hasta alcanzar la intensidad propia de un ataque de pánico (aumento
sintomático en espiral). Como podemos ver, trabajar con estos pensamientos
tiene un enorme valor terapéutico y en ello ha de residir gran parte del
trabajo que se realiza en las sesiones. Cambiando la interpretación se altera,
también, la experiencia emocional.
Algunos de los pensamientos más habituales y su explicación objetiva son:
·
“Me estoy asfixiando”: Cuando sufrimos un ataque de
pánico, nuestro ritmo respiratorio se acelera y por tanto, nuestro organismo se
hiperventila. En ese momento, tenemos más oxígeno del que realmente
necesitamos, por lo que es imposible que se produzca una asfixia (que
dependería de procesos mecánicos como la obstrucción de las vías aéreas, que no
se observan durante el ataque de pánico).
·
“Esto es un ataque al corazón”: Las taquicardias,
habituales en los ataques de pánico, tienen como objetivo transportar el
oxígeno a los músculos distantes del cuerpo (piernas, brazos, etc.) para
facilitar una conducta de lucha o huida. Recordemos que la ansiedad es una
respuesta adaptativa diseñada para aumentar las probabilidades de sobrevivir
ante la percepción o anticipación de un riesgo. El cuerpo funcionaría como si
estuviera exponiéndose a un peligro inminente y reaccionando, por tanto, de una
forma completamente coherente. En los ataques al corazón se observa una
reacción anormal de los músculos cardíacos, mientras que el ataque de pánico
“demuestra” su total integridad.
·
“Me estoy volviendo loco”: Los ataques de pánico
son la consecuencia de problemas emocionales. Los problemas emocionales, por sí
mismos, no tienen conexión alguna con los episodios psicóticos (que son los que
se asocian coloquialmente con el fenómeno de la “locura”). La asociación entre
“locura” y ataque de pánico carece por completo de sentido desde una
perspectiva objetiva.
Como podemos observar, el ataque de pánico se desarrolla como consecuencia
de las interpretaciones subjetivas de los síntomas de ansiedad (sus correlatos
fisiológicos), que refuerzan su expresión hasta alcanzar la entidad de un
ataque de pánico. Esquemáticamente, sería:
EL ORIGEN DE LOS
ATAQUES DE PÁNICO
Una pregunta frecuente que se formulan las personas que sufren ataques de
pánico es, precisamente, cual es el origen de estos síntomas. En la mayor parte
de los estudios clínicos sobre la cuestión se esbozan tres tipos de factores
etiológicos: factores distales, estrés psicológico y condicionamiento. A
continuación describiremos cada uno de ellos:
- Factores distales: Se refieren a estilos de crianza durante la niñez. Con
frecuencia, las personas que sufren ataques de pánico han recibido una
educación en la que se sobredimensionaba la probabilidad de sufrir
calamidades/catástrofes a lo largo del curso vital (promoviendo un estilo
cognitivo caracterizado por la rumiación excesiva, e incluso una disposición
mental en la que se contempla al futuro y los demás como algo peligroso). Es
frecuente también que algún miembro de la familia refiera una preocupación
excesiva sobre la salud física, y que esos mensajes se interioricen en el niño
hasta hacerse extensivos a la vida adulta (en la que se observa una focalización
excesiva sobre el funcionamiento del organismo, una de las tendencias más
habituales en los ataques de pánico). Así pues, se observan creencias sobre el
mundo y sobre uno mismo que son el cimiento sobre el que posteriormente se
construirá el Trastorno de Pánico.
- Estrés Psicológico: Además de las causas distales, también se observan
sucesos específicos en la vida que actúan como detonantes del ataque de pánico
(sucesos altamente estresantes de distinto tipo). En otras ocasiones el estrés
tiene un valor acumulativo, de modo que las preocupaciones frecuentes y
excesivas acaban propiciando sintomatología de ansiedad exacerbada (como una
espiral). Así pues, es habitual que quienes sufren un ataque de pánico refieran
haber estado viviendo experiencias emocionalmente erosivas en los meses previos
a la aparición del mismo. Ocasionalmente, el pánico también puede ser la
consecuencia de una ansiedad largamente tolerada durante años. Por último,
existen ciertos perfiles de personalidad que predisponen a la experiencia de
emociones difíciles, como el neuroticismo. El elevado neuroticismo (visión
global del mundo como una amenaza, elevada frecuencia de experiencias internas
negativas, dificultad para tolerar las emociones difíciles, pesimismo, etc.) es
un factor de riesgo para el desarrollo de problemas de ansiedad a lo largo de
la vida, entre los cuales se incluye el Trastorno de Pánico.
- Condicionamiento: Cuando se han reunido las condiciones para la aparición
de un primer ataque de pánico, con frecuencia se produce una asociación entre
los síntomas percibidos y el contexto en el que se dan. Por ejemplo, si una
persona sufre un ataque de pánico mientras viaja en tren, puede relacionar el
medio de transporte con los síntomas ansiosos, facilitando que éstos emerjan en
ocasiones posteriores en los que vaya a enfrentarse a una situación similar. El
fenómeno del condicionamiento a situaciones externas se observa con frecuencia
en el Trastorno de Pánico con Agorafobia, en el que se desarrolla un miedo
intenso a exponerse a situaciones en los que un ataque de pánico podría
resultar molesto o vergonzante, o en las que sería difícil escapar. En otras
ocasiones la persona es incapaz de identificar un detonante ambiental para sus
ataques de pánico, llegando a considerar que éstos surgen de forma
incontrolable (lo que supone una percepción de bajo control que incrementa
todavía más el malestar). En estos casos, con frecuencia se produce una
asociación ya no con elementos externos, sino con procesos fisiológicos
totalmente normales. Por ejemplo, es habitual que quienes sufren un ataque de
pánico focalicen la atención en el funcionamiento de su cuerpo, de modo que
cualquier indicio de actividad fisiológica (digestión, pequeños cambios en el
ritmo cardíaco, peristaltismo intestinal, cambios de temperatura, etc.) ponga
en marcha pensamientos catastróficos (“algo malo está sucediendo con mi
cuerpo”, “está ocurriéndome otra vez”, “esto debe ser un infarto”, etc.),
incrementando la activación fisiológica ante el peligro percibido y precipitando
el ataque de pánico. Este fenómeno explicaría, por ejemplo, que algunas
personas refieran ataques de pánico mientras duermen (asociación con estímulos
internos que se mantiene durante el sueño) o durante la digestión
(hiperactivación metabólica). La asociación entre procesos fisiológicos
naturales y la respuesta de ansiedad extrema es el núcleo principal sobre el
cual orbita la etiología proximal de los ataques de pánico, mientras que el
condicionamiento a situaciones externas es el elemento crucial para la
aparición de los síntomas agorafóbicos.
CÓMO SE MANTIENE UN
ATAQUE DE PÁNICO
A medida que el tiempo pasa, la asociación entre pánico y estímulos
internos/externos puede hacerse más fuerte y el trastorno más invalidante,
requiriendo la persona atención psicológica especializada. En muchas ocasiones,
las situaciones/sensaciones que generaban pánico se hacen más numerosas
(generalización) y la persona llega a desarrollar miedos que incluso le impiden
abandonar su hogar. Esto puede traer consigo otros problemas clínicos
comórbidos, como la Depresión Mayor, que oscurecen el pronóstico y pueden
requerir tratamiento adicional.
Los ataques de pánico a menudo se mantienen porque la persona evita los
estímulos que teme debido a las creencias que esgrime sobre las posibles
consecuencias de sufrir un episodio de elevada ansiedad. La evitación de éstos
supone una forma de refuerzo negativo que genera un alivio inmediato, pero
lamentablemente tiende a empeorar la situación a largo plazo.
Enfrentarse a las situaciones/sensaciones que se han asociado al ataque de
pánico, tanto externas (exposición in vivo) como internas (exposición a las
sensaciones fisiológicas mediante ejercicios especialmente diseñados para
ello), es la estrategia más eficaz para atajar el problema. Al inicio de la
exposición, la persona puede experimentar un malestar importante (síntomas
iniciales del ataque de pánico) que pueden precipitar una conducta de escape y
fortalecer el problema, pero si ésta es capaz de mantenerse en la situación
(sin huir) la ansiedad se reducirá de forma progresiva. A medida que la persona
sigue exponiéndose a estímulos asociados al pánico, la ansiedad irá decreciendo
(tanto en duración como en intensidad) hasta reducirse a niveles imperceptibles
y desaparecer. Se trata de un proceso fisiológico de autorregulación con
profundas bases neurológicas.
Puede ser adecuado entrenar a la persona en el uso de ciertas estrategias
de relajación (especialmente en aquellos casos en los que se observa una
situación de estrés largamente mantenida), aunque es importante que éstas no se
utilicen como mecanismos de seguridad que impidan una auténtica exposición a la
situación temida. Buscar la compañía de otras personas o elementos ambientales
durante el entrenamiento en exposición (uso del teléfono, por ejemplo) son
conductas de seguridad que también deberán abandonarse poco a poco. Como puede
observarse, el objetivo principal de la exposición es que la persona rompa sus
asociaciones aprendidas y pueda llegar a desarrollar una vida completamente
normal en cualquier contexto.
Otra forma adicional de tratamiento consiste, como hemos sugerido
previamente, en explorar las creencias que la persona mantiene sobre su pánico.
A menudo se trata de pensamientos irracionales que no tienen una base objetiva
y que funcionan como elementos mediadores entre el estímulo (interno/externo) y
la consecuente respuesta de ansiedad. Una reflexión en profundidad sobre estas
creencias puede suponer una diferencia sustancial en el modo en que se vivencia
la experiencia ansiosa, deteniendo el ciclo progresivo de los síntomas
iniciales hacia sus manifestaciones más extremas (ataque de pánico).
En conclusión, tanto la conducta de escape como los pensamientos
irracionales suponen los ejes centrales sobre los que orbita el tratamiento del
ataque de pánico, ya que son los principales elementos que mantienen el
problema. El uso de estrategias adecuadas para ello, desde la psicología
conductual (teoría del aprendizaje, uso de refuerzos contingentes, etc.) y la
psicología cognitiva (terapia racional emotiva, por ejemplo) garantizarán el
éxito del abordaje terapéutico y la normalización de la vida de quienes sufren
un Trastorno de Pánico.
Fuente de consulta: IVAPSAN Psicólogos (Valencia)
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