Definiremos la conducta
Asertiva como la “capacidad de defender nuestros derechos personales y, además,
como la expresión directa y apropiada de aquello que creemos, sentimos,
teniendo también en cuenta los derechos de los demás”. El primer paso, pues
para obrar de un modo asertivo, es reconocer cuáles son los derechos
fundamentales de todos, por el simple hecho de ser humanos y estar vivos,
tenemos en igual medida.
Recuerda que tanto la persona pasiva como la agresiva suelen dividir a la humanidad en dos categorías diferentes: “los otros y yo”. En el caso de la personalidad inhibida, serán los demás quienes tengan más derechos que uno mismo; el individuo pasivo considera que los demás son siempre más importantes que uno mismo, que valen más como seres humano y, por lo tanto, todos deben hacer prevalecer los derechos, deseos y preferencias ajenos sobre los propios. En el caso de la persona que actúa habitualmente con un estilo agresivo, ocurre lo contrario: piensa que él está por encima de los demás, y que sólo sus derechos y opiniones deben ser respetados.
Pero lo importante es reconocer, tanto en un caso como en el otro, que es siempre uno mismo quien otorga esos derechos a sí mismo o a los demás. Es decir, no es que nazcan seres humanos de primera o de segunda categoría, sino que cada persona tiene la libertad y la facultad de otorgarse esos privilegios a los que todos los humanos tenemos derecho, o bien de renunciar a ellos. Aquí no hay mandatos divinos ni Reales Decretos publicados acerca de quiénes tienen o no derechos asertivos, sino que la opción es personal.
Recuerda que tanto la persona pasiva como la agresiva suelen dividir a la humanidad en dos categorías diferentes: “los otros y yo”. En el caso de la personalidad inhibida, serán los demás quienes tengan más derechos que uno mismo; el individuo pasivo considera que los demás son siempre más importantes que uno mismo, que valen más como seres humano y, por lo tanto, todos deben hacer prevalecer los derechos, deseos y preferencias ajenos sobre los propios. En el caso de la persona que actúa habitualmente con un estilo agresivo, ocurre lo contrario: piensa que él está por encima de los demás, y que sólo sus derechos y opiniones deben ser respetados.
Pero lo importante es reconocer, tanto en un caso como en el otro, que es siempre uno mismo quien otorga esos derechos a sí mismo o a los demás. Es decir, no es que nazcan seres humanos de primera o de segunda categoría, sino que cada persona tiene la libertad y la facultad de otorgarse esos privilegios a los que todos los humanos tenemos derecho, o bien de renunciar a ellos. Aquí no hay mandatos divinos ni Reales Decretos publicados acerca de quiénes tienen o no derechos asertivos, sino que la opción es personal.
Aceptar los propios derechos
asertivos no significa convertirse en un egoísta que piensa sólo en sí mismo,
volviéndose insensible a las necesidades de los demás; más bien significa
ponerse en situación de igualdad con los otros, en vez de situarlos a ellos por
encima de uno o colocarse a uno por encima de los demás. Cuando se actúa de
manera asertiva, se expresa lo que uno es en realidad, sin menosprecio de
otros.
Los principales derechos
asertivos
Veamos brevemente cuáles son los
principales derechos a los que todos los seres humanos somos acreedores:
I. TODOS TENEMOS DERECHO A DECIDIR NUESTROS PROPIOS VALORES Y ESTILO DE VIDA. En una palabra, tenemos derecho a ser nosotros mismos según nuestra particular definición y a sentirnos bien con nuestro estilo de conducta, mientras no dañemos a los demás. Subrayo la palabra “dañar”, porque en principio había pensado escribir “molestar”, pero, después de pensarlo un rato, me doy cuenta de que muchas molestias a los demás no dependen de uno mismo, sino precisamente de los demás. Por ejemplo, un pelo largo, una barba descuidada, un pendiente en una oreja masculina, el hecho de definirse como homosexual o al vestir de manera poco convencional, son situaciones “per se” no pueden molestar a nadie. Si alguien se siente molesto por estas cosas, será a consecuencia de sus propios diálogos internos; es decir, no será problema suyo, más de quien exhibe estos comportamientos. Otra cosa distinta sería manifestar una conducta no ya sólo poco convencional, sino manifiestamente provocativa, insultante o agresiva.
I. TODOS TENEMOS DERECHO A DECIDIR NUESTROS PROPIOS VALORES Y ESTILO DE VIDA. En una palabra, tenemos derecho a ser nosotros mismos según nuestra particular definición y a sentirnos bien con nuestro estilo de conducta, mientras no dañemos a los demás. Subrayo la palabra “dañar”, porque en principio había pensado escribir “molestar”, pero, después de pensarlo un rato, me doy cuenta de que muchas molestias a los demás no dependen de uno mismo, sino precisamente de los demás. Por ejemplo, un pelo largo, una barba descuidada, un pendiente en una oreja masculina, el hecho de definirse como homosexual o al vestir de manera poco convencional, son situaciones “per se” no pueden molestar a nadie. Si alguien se siente molesto por estas cosas, será a consecuencia de sus propios diálogos internos; es decir, no será problema suyo, más de quien exhibe estos comportamientos. Otra cosa distinta sería manifestar una conducta no ya sólo poco convencional, sino manifiestamente provocativa, insultante o agresiva.
II. TENEMOS DERECHO A SER
TRATADOS CON RESPETO Y PROMOVER NUESTRA DIGNIDAD. Por vendedores, profesores
funcionarios, jefes, médicos, policías…Dado que, como personas, todos somos
iguales, también todos tenemos derecho a que se respete nuestra dignidad
humana. La contrapartida evidente de éste derecho es que también nosotros
debemos tratar con respeto a todos los demás, incluyendo subordinados, camareros,
dependientes, hijos…
III. TENEMOS DERECHO A DECIR “NO” SIN SENTIMIENTOS CULPABLES. A todos nos inculcaron en la infancia la idea de que debemos de, a toda costa, evitar caer en el egoísmo, lo cual, ciertamente, es una idea muy sana psíquicamente, ya que la capacidad de dar a los demás (amor, ayuda, etc.) es uno de los mejores indicadores de equilibrio personal. Sin embargo, muchas personas han llevado esta idea mucho más allá de todo límite razonable, considerando que, a menos que antepongan a los demás sobre ellos mismos, deberán ser considerados como egoístas y malvados. Muchos buenos cristianos están desvirtuando la frase evangélica “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”, convirtiéndola en “Amarás a tu prójimo más que a ti mismo”; lo cual sólo puede conducir, a la larga, al resentimiento, ya que colocar continuamente lo que queremos por debajo de los deseos de los demás es frustrante. En definitiva, tener en cuenta a los otros no significa que debamos anteponerlos a nosotros; nuestros deseos no valen menos que el de los demás. No es sano psicológicamente lastimarnos a nosotros mismos, reprimiendo aquello que queremos, por temor a molestar a los demás.
III. TENEMOS DERECHO A DECIR “NO” SIN SENTIMIENTOS CULPABLES. A todos nos inculcaron en la infancia la idea de que debemos de, a toda costa, evitar caer en el egoísmo, lo cual, ciertamente, es una idea muy sana psíquicamente, ya que la capacidad de dar a los demás (amor, ayuda, etc.) es uno de los mejores indicadores de equilibrio personal. Sin embargo, muchas personas han llevado esta idea mucho más allá de todo límite razonable, considerando que, a menos que antepongan a los demás sobre ellos mismos, deberán ser considerados como egoístas y malvados. Muchos buenos cristianos están desvirtuando la frase evangélica “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”, convirtiéndola en “Amarás a tu prójimo más que a ti mismo”; lo cual sólo puede conducir, a la larga, al resentimiento, ya que colocar continuamente lo que queremos por debajo de los deseos de los demás es frustrante. En definitiva, tener en cuenta a los otros no significa que debamos anteponerlos a nosotros; nuestros deseos no valen menos que el de los demás. No es sano psicológicamente lastimarnos a nosotros mismos, reprimiendo aquello que queremos, por temor a molestar a los demás.
IV. TENEMOS DERECHO A SENTIR Y
EXPRESAR NUESTROS SENTIMIENTOS. La madre de un drogadicto, angustiada por la
conducta que se desarrollaba entre continuos chantajes, detecciones, ingresos
en centros de desintoxicación, expectación y angustia ante los resultados de
las diversas pruebas de SIDA, etc., me confesaba, al borde de la depresión, que
algunas veces había llegado a desear la muerte de su hijo.
Otra madre se sentía culpable
porque, ante la marcha de su hijo, próximo a casarse, experimentaba cierta
alegría al empezar a planificar, junto con su marido, viajes y actividades que
hasta la fecha no había tenido ocasión de realizar.
Sentimientos “absurdos” como los celos por ver a nuestra pareja interesándose por la vida de otra persona, el enfado explosivo por cualquier nimiedad, la alegría solapada de comprobar que algún “chico listo” ha fallado también en donde nosotros habíamos fracasado, nos llevan muchas veces a pensar que “no deberíamos sentirnos de ese modo”, lo cual, a su vez, nos induce a sentirnos culpables por experimentar los sentimientos que tenemos.
Pero todos los seres humanos funcionamos más o menos igual. Cualquier cosa que podamos sentir, por el hecho de pertenecernos, es, en principio, aceptable. Otra cosa es que nos esforcemos por situar nuestras emociones en su justa proporción. Pero siempre será más lógico aceptar el derecho a experimentar los propios sentimientos que sentirse culpable de ellos.
Sentimientos “absurdos” como los celos por ver a nuestra pareja interesándose por la vida de otra persona, el enfado explosivo por cualquier nimiedad, la alegría solapada de comprobar que algún “chico listo” ha fallado también en donde nosotros habíamos fracasado, nos llevan muchas veces a pensar que “no deberíamos sentirnos de ese modo”, lo cual, a su vez, nos induce a sentirnos culpables por experimentar los sentimientos que tenemos.
Pero todos los seres humanos funcionamos más o menos igual. Cualquier cosa que podamos sentir, por el hecho de pertenecernos, es, en principio, aceptable. Otra cosa es que nos esforcemos por situar nuestras emociones en su justa proporción. Pero siempre será más lógico aceptar el derecho a experimentar los propios sentimientos que sentirse culpable de ellos.
Lo mismo ocurre con el derecho a
expresar aquello que sentimos. Nos será muy útil hacerlo si con ello podemos
obtener un cambio positivo en la conducta de los demás, o simplemente si de esa
forma nos desahogamos. Pero esto no quiere decir, desde luego, que debamos
mostrar continuamente nuestro mundo interior en todo momento y a toda persona;
también tenemos derecho a elegir cuándo y con quién compartir nuestras
emociones.
V. DERECHO A DETENERNOS Y PENSAR ANTES DE ACTUAR. Por más que las circunstancias o los otros nos presionen para que tomemos una determinación, nosotros, en definitiva, debemos mantenerse el control final de nuestras decisiones y nuestros actos, tomándonos el tiempo necesario antes de actuar en cualquier sentido. De este modo, llegaremos a ser más efectivo, más responsables y, probablemente, cometeremos muchos menos errores que si tomamos decisiones precipitadas.
V. DERECHO A DETENERNOS Y PENSAR ANTES DE ACTUAR. Por más que las circunstancias o los otros nos presionen para que tomemos una determinación, nosotros, en definitiva, debemos mantenerse el control final de nuestras decisiones y nuestros actos, tomándonos el tiempo necesario antes de actuar en cualquier sentido. De este modo, llegaremos a ser más efectivo, más responsables y, probablemente, cometeremos muchos menos errores que si tomamos decisiones precipitadas.
VI. TENEMOS DERECHO A CAMBIAR DE
OPINIÓN. Evidentemente, todas las personas tienen derecho a formarse su propia
opinión sobre cualquier tema o asunto y a expresarla sin ofender
intencionalmente a otros; pero, además, teniendo en cuenta la realidad
cambiante de nuestro mundo y el hecho de que una opinión determinada puede
estar basada en una serie incompleta de datos, ocurre a veces que, cuando se
dispone de nueva información de la que antes se carecía, es aconsejable cambiar
de opinión.
Muchas gente ha cambiado sus
puntos de vista en temas tales como: el divorcio; algunos políticos conocidos
han cambiado de militancia con respecto a su partido. El ser “hombre de una
sola palabra” muchas veces no es sinónimo de integridad, sino de tozudez.
Cambiar de opinión puede mostrar flexibilidad y adaptación a la realidad;
negarse a variar el punto de vista personal, cuando sería lo más realista, sólo
es síntoma de rigidez. Otra cosa es que debamos mantener ciertos compromisos,
tales como acuerdos comerciales, contratos y otros por el estilo.
VII. DERECHO A PEDIR LO QUE NECESITAMOS. Ya se trate de información, de ayuda o de que se reconozcan nuestros derechos. Y la manera más clara, franca y productiva de hacerlo es manifestando nuestra petición directamente. Un ama de casa, por ejemplo, en lugar de manifestar claramente a su marido su deseo de salir el sábado por la noche, insiste repetidamente en que él debe disfrutar de una noche de descanso fuera de casa, aunque tal vez lo que más desea el esposo es descansar en casa después de una dura semana de trabajo. Utilizando esta maniobra, la mujer no se está comportando de manera asertiva, ya que no hace su petición de manera directa; no manifiesta claramente lo que desea y siente. Utilizar la artimaña de forzar al otro a que manifieste que desea hacer justamente lo que nosotros queremos, puede, a la larga, dañar seriamente nuestra relación.
VII. DERECHO A PEDIR LO QUE NECESITAMOS. Ya se trate de información, de ayuda o de que se reconozcan nuestros derechos. Y la manera más clara, franca y productiva de hacerlo es manifestando nuestra petición directamente. Un ama de casa, por ejemplo, en lugar de manifestar claramente a su marido su deseo de salir el sábado por la noche, insiste repetidamente en que él debe disfrutar de una noche de descanso fuera de casa, aunque tal vez lo que más desea el esposo es descansar en casa después de una dura semana de trabajo. Utilizando esta maniobra, la mujer no se está comportando de manera asertiva, ya que no hace su petición de manera directa; no manifiesta claramente lo que desea y siente. Utilizar la artimaña de forzar al otro a que manifieste que desea hacer justamente lo que nosotros queremos, puede, a la larga, dañar seriamente nuestra relación.
Tenemos derecho a pedir
información cuando no tenemos algo claro, incluso recabando una segunda
opinión. Tendemos a convertir en asimétricas muchas de nuestras relaciones con
profesionales tales como los médicos, abogados o figuras de reconocido
prestigio social. Ellos, a su vez, están acostumbrados a que su opinión
prevalezca siempre. Sin embargo, no debemos olvidar que, en la medida en que
nosotros recabamos sus servicios, nos convertimos, en cierta manera, en sus
patronos, por lo que, profesionalmente, están ellos a nuestro servicio y no al
revés. Tenemos, pues todo el derecho a aclarar nuestras dudas respecto a sus
servicios (por ejemplo en el caso de un tratamiento médico peligroso o de una
intervención quirúrgica, tendremos derecho a que se nos informe de la
existencia de tratamientos alternativos y preguntar directamente por ellos),
teniendo siempre presente que ellos sólo son técnicos cualificados, pero que la
decisión final, en cualquiera tema que nos ataña, nos corresponde
exclusivamente a nosotros.
Tenemos derecho, en cualquier
situación de nuestra vida, a pedir aclaración a nuestras deudas, sin temor a
que los demás piensen que somos tontos. La opinión que los demás se pueden
formar de nosotros es asunto exclusivo de ellos de ello, ya que no podemos
influir personalmente en su modo de juzgarnos. Pero el pretender aparentar que
estamos de acuerdo o que hemos entendido algo para nosotros permanece
completamente oscuro, es un acto de deshonestidad con nosotros mismos.
VIII. EL DERECHO A NO HACER MÀS
DE LO QUE HUMANAMENTE ERES CAPAZ DE HACER. Si bien es cierto es ideal poder
ayudar a los demás, esta ayuda ha de estar en función a nuestras posibilidades
no sólo materiales sino también físicas y emocionales. Cómo dice Albert Ellis,
una pequeña dosis de egoísmo es necesario en el ser humano para salvaguardar su
integridad y prevenir ser víctimas de manipulación de los demás.
IX. TENEMOS DERECHO A COMETER
ERRORES. Por el hecho de ser humanos, todos somos falibles, es decir, nos
equivocamos. Es imposible evitar cometer errores, y es absurdo exigir
perfección en nosotros mismos o en los demás.
Conozco a una persona que padece úlcera de estómago, se come constantemente las uñas y manifiesta varios síntomas más, características del típico sujeto ansioso. Pues bien, pues bien cada vez que mi amigo va de compras o a comer a un restaurante, rara es la vez que no termina montando algún número o con un dependiente o con el camarero. Cuando trato de hacerle ver que sus enfados son desproporcionados, él trata de justificarse: “Es que yo soy muy perfeccionista y no soporto que la gente cometa errores”. Evidentemente, mi amigo aún no ha caído en la cuenta de que todos los habitantes de este planeta, incluido él, cometemos muchos errores. El día que deje de angustiarse demandando esa utópica perfección que aquí no existe, su úlcera comenzará a mejorar, y puede que deje de pensar en colocarse uñas postizas para mejorar el aspecto de sus manos; mientras continúe con sus exigencias perfeccionistas, sólo logrará fomentar su trastorno gástrico a base de enfados repetidos.
Conozco a una persona que padece úlcera de estómago, se come constantemente las uñas y manifiesta varios síntomas más, características del típico sujeto ansioso. Pues bien, pues bien cada vez que mi amigo va de compras o a comer a un restaurante, rara es la vez que no termina montando algún número o con un dependiente o con el camarero. Cuando trato de hacerle ver que sus enfados son desproporcionados, él trata de justificarse: “Es que yo soy muy perfeccionista y no soporto que la gente cometa errores”. Evidentemente, mi amigo aún no ha caído en la cuenta de que todos los habitantes de este planeta, incluido él, cometemos muchos errores. El día que deje de angustiarse demandando esa utópica perfección que aquí no existe, su úlcera comenzará a mejorar, y puede que deje de pensar en colocarse uñas postizas para mejorar el aspecto de sus manos; mientras continúe con sus exigencias perfeccionistas, sólo logrará fomentar su trastorno gástrico a base de enfados repetidos.
a. Por supuesto que el hecho de
sabernos imperfectos falibles no es excusa para volvernos descuidados e
indulgentes con nosotros mismos absolviéndonos continuamente de nuestros
fallos. De lo errores conviene aprender para evitar caer en la mismas
equivocaciones en el futuro. Muchas personas llegan a experimentar un
angustioso sentimiento de culpabilidad por algunos de los errores que han
podido cometer en su vida; si ese sentimiento es pasajero y sirve de estímulo
para evitar, en el futuro, incurrir en el mismo tipo de conducta, bienvenida
sea la culpa; pero si tan sólo es un sentimiento limitante y paralizador que
deja estancado a quien lo experimenta en ese momento fatal de su vida, sin
posibilidad de desarrollo, entonces tenemos que hablar de una culpabilidad
neurótica, insana contra la que hay que luchar mediante el adecuado ejercicio
del control de los pensamientos.
b. En resumen, no podemos olvidar
que somos humanos y, por esencia, propensos a cometer errores. En relación a
los posibles sentimientos de culpabilidad derivados de nuestra conducta
errónea, debemos aprender a distinguir entre lo que son errores involuntarios,
inevitables, y lo que son las conductas temerarias, de la que sí seremos
responsables directamente.
X. DERECHO A SENTIRNOS BIEN CON
NOSOTROS MISMOS. Aunque, como ya apuntábamos antes, muchas veces la educación
recibida tiende a generar en nosotros sentimientos de inadecuación, humillación
y carencia de valor, inadecuación, humillación y carencia de valor, al
malinterpretar la máxima evangélica “quien se ensalce será humillado; quien se
humille será ensalzado”. No se trata, desde luego, de ponernos por encima de
nadie, pero tampoco de rebajarnos. La postura correcta sería, en este caso,
reconocer nuestros propios talentos y limitaciones, aceptarnos a nosotros
mismos tal como somos y esforzarnos por llegar a conseguir el ideal de conducta
que cada uno se haya fijado.
a. Hablando de frases evangélicas,
podemos volver a la ya citada en el tercer punto y transformarla en el sentido
de que no podremos tratar a los demás con dignidad y respeto si no comenzamos
por respetarnos a nosotros mismos.
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