Había una vez un mago que
construyó una casa cerca de un pueblo grande y próspero. Un día invitó a toda
la gente del pueblo a cenar en su casa.
-Antes de cenar –dijo-, tenemos
algunos entretenimientos.
La idea agradó a todos y el mago hizo
un show de primera clase, donde sacaba conejos de chisteras, banderas que
aparecían en el aire y cosas que se convertían unas en otras. La gente estaba
fascinada. El mago preguntó:
-¿Quieren cenar ahora o quieren
más entretenimiento?
Todos pidieron más trucos pues
nunca habían visto algo así. Así el mago se convirtió en una paloma, después en
un halcón y después en un dragón. La gente enloquecía de excitación. Les
preguntó nuevamente y pidieron más y más recibieron. Entonces les preguntó si
querían comer y dijeron que sí. El mago entonces les hizo sentir que estaban
comiendo distrayéndoles con cantidad de trucos a través de sus poderes. La cena
imaginaria y los trucos continuaron toda la noche. Cuando estaba amaneciendo
algunos dijeron:
-Debemos ir a trabajar.
Entonces hizo que imaginaran que
iban a sus casas y se preparaban para ir a trabajar y realmente hacían sus
actividades habituales. Y de este modo, siempre que alguien decía que tenía que
hacer algo el mago le hacía pensar que lo hacía y después regresaba a la cena
del mago.
Con el tiempo el mago había
tejido tal encantamiento sobre la gente del pueblo que todos trabajaban para él
mientras que creían que continuaban con sus vidas de siempre. Cuando se sentían
inquietos él les hacía pensar que estaban nuevamente cenando en su casa y esto
les daba placer y les hacía olvidar.
¿Y qué sucedió con el mago y la
gente del pueblo? Esto no se puede decir; es algo de lo que no se puede hablar,
porque él sigue ocupado en lo mismo, y casi toda la gente está aún bajo su
hechizo.
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