Conducta o comportamiento. Más allá de las disquisiciones terminológicas
Teoría - Fundamentos
- Jennifer Delgado Suárez
Universidad de
Cienfuegos La Habana, Cuba
- Yiana M. Delgado Suárez
Universidad Central
Marta Abreu de Las Villas Santa Clara, Cuba
RESUMEN
- La conducta es un término extensivamente manejado
en las ciencias psicológicas; sin embargo, su conceptualización aún dista
de proveer una teoría heurística para la práctica psicológica,
psiquiátrica y educativa. En este sentido sería vital un primer
acercamiento a la misma desde su historicidad y una teoría compleja del
desarrollo humano que la vislumbre como un fenómeno multideterminado.
Palabras clave: Definición,
conducta, multideterminación, implicaciones metodológicas.
Acercamiento etimológico a la
conducta
El interés por comprender por qué
los seres humanos actúan de una manera determinada, qué los impulsa y qué los
puede detener, se remonta a épocas anteriores a la aparición de la psicología
como ciencia. Sin embargo, fundamentalmente a partir de 1879, comienza a
desarrollarse todo un sistema categorial que, aunque no privativo, sí es
distintivo de la misma. En este sentido, quizás sea la conducta uno de los
términos más manejados por las distintas escuelas psicológicas y con
independencia del campo disciplinario al que se haga referencia. No obstante,
la comprensión de la conducta como categoría psicológica ha estado
marcada por los debates propios de una ciencia en ciernes, presentando un
desarrollo complejo y no exento de oscurantismos metodológicos. En este momento
sería muy aventurado posicionarse en axiomas que delimitasen la conducta, pero
se hace imprescindible una redefinición de la misma desde la perspectiva de una
teoría integradora y heurística, de manera que se amplíen los diferentes
acercamientos en el orden metodológico que hoy se realizan.
El vocablo conducta, al
igual que la mayoría de los términos que hoy se utilizan en las ciencias
psicológicas, proviene de las ciencias naturales en una transpolación casi
lineal de su significado original. Vigotsky alertaba acerca de la génesis de
los conceptos psicológicos: “El lenguaje psicológico actual es, ante
todo, insuficientemente terminológico: eso significa que la psicología no posee
aún su lenguaje. En su vocabulario encontramos un conglomerado de tres clases
de palabras: palabras del lenguaje cotidiano, las palabras del lenguaje
filosófico y los vocablos y formas tomados de las ciencias naturales” (Vigotsky,
1997, 324). Por supuesto, la historia etimológica de los conceptos marca, de
alguna manera, su posterior definición y utilización, produciendo generalmente
restricciones semánticas muy difíciles de eliminar. Quizás la utilización
primera de la palabra conducta se encuentre en el área de la química, donde se
refiere a la actividad de las sustancias; posteriormente, pasó a usarse en la
biología, para hacer alusión a las manifestaciones de los seres vivos ha
conducido a comprensiones limitadas de este concepto en la psicología, hecho
que se avala precisamente por el significado casi idéntico con el que fue
introducido en la psicología animal por Jennings.
En este punto, cabría preguntarse
el porqué de la reputación que alcanzó este vocablo en las ciencias
psicológicas. En primer lugar, la conducta encierra el conjunto de fenómenos
que son observables o que son factibles de ser detectados, es decir, es un
concepto que al aplicarlo puede ser descrito y explicado en función de los
fenómenos mismos y recurriendo a leyes de carácter mecanicista; la utilización
de este término brinda, por lo tanto, la ansiada objetividad que se buscó en
las ciencias psicológicas y satisface el deseo cuantificable de la mayoría de
sus profesionales, añadiéndosele, además, que devino sustantivo propio en la
denominación de una de las escuelas psicológicas que brindó una opción a la
psicología como ciencia cuando ésta amenazaba con encerrarse en el subjetivismo.
Etimológicamente la palabra
conducta proviene del latín significando conducida o guiada; es decir, que
todas las manifestaciones que se comprenden dentro de sí suponen que son
conducidas por algo que bien pudiera ser interno o externo. Partiendo de esta
idea y de las diferentes soluciones que se dedican al problema psicofísico, la
conducta puede ser guiada tanto por los fenómenos psíquicos como por la
influencia que ejerce el medio social sobre el sujeto; desde una perspectiva
idealista se sugiere que la conducta es el resultado de los fenómenos psíquicos
que se expresan mediante manifestaciones corporales en el medio externo donde
el sujeto se desarrolla. En contraposición con esta teoría, la concepción
materialista expone que la conducta es un resultado de la influencia
social a la que el sujeto está sometido y que se expresa a partir de las
condiciones psíquicas del mismo. Sin embargo, ampararse en uno u otro enfoque
minimiza la riqueza y enclaustra la comprensión que puede brindar un término que
en la actualidad constituye un punto de análisis primordial para comprender al
ser humano, siendo necesario examinarlo en su propio movimiento y desarrollo a
través de las diferentes posiciones psicológicas.
La conducta y el
comportamiento en el behaviorismo y el enfoque histórico cultural
Aun cuando la conducta es
un término extensivamente manejado en la psicología, su significado es
comprendido generalmente, de manera simplista y unilateral, subsistiendo
interrogantes que ameritan un análisis: ¿Qué es la conducta humana? ¿Cuál es el
determinismo que ejerce sobre el ser humano y su entorno? ¿Qué factores
determinan la conducta humana? ¿Existe una equivalencia entre los conceptos de
conducta y comportamiento?
Al intentar redefinir la conducta
o brindar presupuestos para su comprensión, se hace ineludible analizar el enfoque
behaviorista como aquel que brindó un verdadero impulso al tratamiento
de este término en la psicología a partir, fundamentalmente, de 1913 con los
trabajos de Watson, incorporándose nociones pioneras en cuanto a la comprensión
y utilización práctica del término conducta en la investigación psicológica.
El behaviorismo promulgaba
que la psicología científica debía estudiar solo las expresiones externas del
sujeto, aquellas que podían ser sometidas a observación, registro y
verificación; debe acotarse que esta idea sentó sus bases en los estudios
realizados anteriormente por P. Janet y H. Pierón, quienes ya desde 1908 se
referían a una psicología del comportamiento. Particularmente, en los trabajos
de P. Janet, se incorpora el término conciencia como una forma de conducta en
específico y se describe una jerarquía de operaciones de conducta que incluye
cuatro grupos fundamentales compuestos por: la conducta animal, la
conducta intelectual elemental, las conductas media y superior. Posteriormente,
en las investigaciones realizadas por Watson, éste definió la conducta como lo
que el organismo hace o dice, incluyendo en esta denominación tanto la
actividad externa como la interna, de acuerdo con su propia terminología.
Watson redujo el estudio de la conducta a la estructura observable del ser
humano: “(…) ¿por qué no hacer de lo que podemos observar el verdadero
campo de la psicología? Limitémonos a lo observable y formulemos leyes sólo
relativas a estas cosas. Ahora bien: ¿qué es lo que podemos observar? Podemos
observar la conducta” (Tortosa, 1998, 301).
En lo que respecta a esta idea,
se demuestra la restricción del pensamiento watsoniano, cuyo único fin era la
predicción y el control de la conducta con métodos estrictamente
experimentales, lo que marca simultáneamente una obvia conexión con la
psicología animal, comprobándose a la vez su incapacidad teórica para
comprender las conductas humanas complejas, pues su base teórica se reducía a
la psicología comparada. Sin embargo, esto no indica, como se ha popularizado
incluso en los ámbitos psicológicos, que el behaviorismo e inclusive Watson, no
reconociesen otros aspectos de la vida emocional del sujeto: “En contra
de lo que se ha afirmado en numerosas ocasiones Watson no reducía el
comportamiento únicamente a la actividad motora o movimientos, sino que admitía
también la existencia de otros tipos de actividad del organismo, como la
emocional” (Parra, 2006). Es decir, la principal crítica que puede
realizarse al behaviorismo clásico es su énfasis fundamental en lo observable,
hecho que metodológicamente restringió su comprensión de lo psicológico a
formaciones resultantes de una serie de respuestas organísmicas ante las
incidencias ambientales.
Por supuesto, la elementalidad de
esta explicación conductual del ser humano condujo al desarrollo del neobehaviorismo.
A principios de los años treinta del siglo pasado, Hull abordó la conducta
fundamentándose en la relación estímulo-respuesta, pero tomando en
consideración no solo los estímulos externos, sino también los estímulos
internos, de ahí su interpretación de la conducta en secuencias
estímulo-respuesta observable y no observable. En este momento todavía no se
había resuelto totalmente la relación psicofísica en la conducta, pero Hull
reconocía la existencia de algo interno y, partiendo de ese reconocimiento,
trató de cuantificar las conductas por medio de observaciones empíricas, dando
lugar a lo que se conoce como el “sistema de conducta de Hull”.
De manera análoga, Skinner varió
el objeto de estudio de la psicología ubicándolo en la vida mental, pero
restringió los análisis metodológicos a las manifestaciones visibles: la
conducta. Skinner elaboró su propia concepción en la que insistió en la
distinción entre conductas controladas por contingencias, es
decir, interacciones directas del organismo con su medio y, conductas gobernadas
por reglas, por las formulaciones verbales, órdenes y/o instrucciones. Esta
idea constituye un pálido intento de brindar un papel activo al sujeto que ya
no sería una estructura inmóvil y carente de movimiento sobre la que actúan
instancias externas, sino que conformaría una relación de interdependencia con
el medio.
Es importante destacar que aún en
la actualidad el término conducta se vincula directamente con
la escuela behaviorista, aunque su estudio no se reduce
solamente a esta corriente, pues también es tema de debate dentro del resto de
los enfoques psicológicos. Sin embargo, la utilización de este vocablo entre
los profesionales afiliados a otras escuelas del pensamiento psicológico ha
sido controvertida, prefiriéndose el término comportamiento. Aunque en la
actualidad estas disquisiciones terminológicas apenas se utilizan, usándose
indistintamente comportamiento y conducta, según Parra (2006): “en español
el término ‘behavior’ puede ser traducido de las dos maneras”. Es válido
declarar que la principal distinción que se realiza en la literatura española
en cuanto a estos conceptos se refiere a que el comportamiento es expresión de
la personalidad, mientras que la conducta no siempre
manifiesta los contenidos personológicos, poseyendo un carácter más
respondiente y otorgándole, por lo tanto, un papel más pasivo al sujeto. Es
curioso cómo el comportamiento ha adquirido un significado que demuestra una
mayor implicación del sujeto, hecho relacionado con la etimología de la
palabra, también proveniente del latín comportare, pero que significa implicar,
mientras la raíz etimológica de conducta indica algo externo, guiado.
Desde esta óptica, la utilización
de los términos conducta y comportamiento no presenta diferencias
substanciales, lo realmente importante en este análisis es la comprensión
profunda de los mismos como un factor de influencia diversa sobre el ser humano
y a la vez expresión del mismo. En este sentido, la escuela histórico-cultural
puede brindar, desde la diversidad teórica de sus autores, presupuestos
fundamentales para la comprensión de un fenómeno complejo.
Se hace vital destacar las ideas
de Rubinstein al respecto. Basándose en la solución del dilema psicofísico, en
el que maneja la interdependencia de los fenómenos físicos y psíquicos, plantea
que la conducta, más allá de la relación reduccionista estímulo-reacción, está
determinada por el mundo exterior a través de los fenómenos psíquicos; es
decir, que aun cuando los factores sociales ejerzan una gran influencia sobre
la conducta humana, ésta surge y se desarrolla en la actividad psíquica del
sujeto, convirtiéndose posteriormente en un reflejo de la misma. Es necesario
destacar la designación que Rubinstein utiliza para describir la manera cómo el
factor social actúa sobre la conducta: “de modo mediato“, y en esta
expresión desacredita la inmediatez de la relación causa-efecto.
En un análisis más profundo sobre
la participación activa de otras significaciones en la conducta, este autor
destaca la importancia de la historia de vida del sujeto: “…la conducta de
las personas está determinada no solo por lo que se halla presente, sino,
además, por lo que se halla ausente en un momento dado; está determinada no
solo por el medio próximo que nos rodea, sino, además, por acontecimientos que
acontecen en los rincones del mundo más alejados de nosotros, en el momento
presente, en el pasado y el futuro” (Rubinstein, 1979, 330). Es decir,
la conducta se desarrolla dentro de una sucesión de actos en los que el sujeto
se ve inserto, interviniendo conjuntamente las experiencias del medio social
donde el hombre se integra, aun cuando no haya sido partícipe de ellas, pues
mediante el proceso de aprendizaje incluye estos nuevos conocimientos y
experiencias histórico-culturales a su vida personal. En concordancia con esto
plantea: “Todo acto de cognición constituye, al mismo tiempo, un acto en
virtud del cual hacemos entrar en acción nuevas determinantes de nuestra
conducta” (Rubinstein, 1979, 330); de aquí que considere el proceso de
aprendizaje como un proceso desarrollador para la conducta, pues a partir de la
adquisición de nuevos significados el sujeto ganará para cada objeto o fenómeno
un nuevo sentido que definirá la posterior relación con los mismos; así, los
objetos del conocimiento aparecerán no sólo como objetos del conocimiento,
sino, además, como impulsores de la conducta.
En sintonía con estas ideas,
Petrovski enfatiza el carácter histórico de la conducta: “La conducta del
hombre se caracteriza por su capacidad de abstraerse de una situación concreta
dada y anticipar las consecuencias que pueden surgir en relación con esta
situación” (Petrovski, 1982, 68). Subyacentes a estos planteamientos
que hoy pueden observarse como verdades de Perogrullo, puede entreverse un
aspecto esencial para la comprensión de la conducta: la dualidad que en ella se
manifiesta, en tanto no constituye sólo una expresión fenoménica sino que
también contiene lo psíquico; es un proceso profundamente mediatizado que en su
multideterminación también actúa como autodeterminante.
Sin embargo, el carácter
contradictorio de la conducta no continuó trabajándose en esta línea del
pensamiento, dirigiéndose posteriormente a la clasificación de la misma en dos
niveles principales: las conductas inconscientes, que se basan
en las condiciones de existencia biológicas y que se forman en el proceso de
adaptación del organismo a su medio, y las conductas conscientes,
que se basan en las formas de existencia histórica, formándose en el proceso de
actividad y que a su vez modifican el medio en el que el sujeto se desarrolla
(Rubinstein, 1979).
Petrovski clasifica la conducta
tomando en consideración las diferentes etapas de desarrollo por las que ésta
transita: en un primer momento la denomina conducta impulsiva -limitada
a las conductas innatas sencillas de defensa-; en el transcurso del primer año
de vida, cuando comienzan a formarse los impulsos condicionales aparece la conducta
investigativa -acumulación de información acerca de las propiedades
del mundo externo-; a partir ya del primer año y bajo la influencia de la
educación que se le brinda al niño surge la conducta práctica -relacionada
con la asimilación de los métodos humanos de utilización de los objetos y su
significación en la sociedad-. En vinculación con estas conductas se desarrolla
la conducta comunicativa -relacionada con la comunicación del
niño con su medio, a través de formas pre-verbales, permitiendo el intercambio
de información-; y, por último, dando seguimiento a la maduración de esta
última está la conducta verbal -relacionada directamente con
el lenguaje creando premisas para la distinción de la significación de los
objetos-. Estas tipologías constituyen un intento de explicar el tránsito desde
los actos más instintivos hasta la autorregulación comportamental.
En estas categorizaciones se
yuxtaponen de cierta manera los procesos instintivos de la concienciación, se
vuelve a plantear la dicotomía, esta vez desde una óptica diferente, lo externo
y lo interno. La conducta se comprende aún como la expresión de lo psíquico, de
lo interno; sin embargo, debe comprenderse que “el comportamiento no es sólo
el modo de existencia, es la existencia misma, es la única forma de existencia”
(Calviño, 2000: 116). En una posición más integradora, se hace necesario
comprender lo psicológico en tres instancias: a) una dimensión psicodinámica,
donde se evidencian contenidos profundamente inconsciente, donde debe
destacarse que no por su impronta inconsciente se hallan exentos de la
influencia del medio y de la propia personalidad; b) una dimensión
personológica, donde se instauran ciertos componentes que regulan de manera
bastante consciente el comportamiento y constituyen mediadores potentes para el
propio desarrollo personológico, y c) una dimensión interactiva o
adaptativa, donde se contienen y se hacen palpables las emociones,
actitudes, creencias, valores, en la relación sujeto medio (véase Calviño,
2000).
Sin embargo, la sola enunciación
de estas instancias no salva el problema, es preciso definir su interrelación,
pues sólo en la praxis se puede comprender el funcionamiento de la conducta
humana. Estas instancias funcionan en el principio de la unidad, su relativa
independencia e interdependencia. El hecho de que existan tres instancias no
implica su funcionamiento excluyente, sino que precisamente éste se basa en las
instancias precedentes, conteniéndolas, pero a la vez son capaces de funcionar
con determinada libertad. Este carácter relativamente independiente salva el
análisis conductual de los sesgos psicoanalíticos donde la base de toda la
conducta se hallaba en “intenciones inconscientes”, pero a la vez, lo libera de
la concienciación hiperbolizada. La conducta se ve expresada fundamentalmente
en la dimensión interactiva, mas no se reduce a la misma, contiene las instancias
precedentes, por lo que su externalización es simplemente una comprensión
simplificada de lo psicológico, desconociendo los demás mediadores. La conducta
es, en sí misma, una categoría compleja que demanda de la comprensión de otras
instancias psicológicas para su análisis.
Definiendo la conducta
Existen múltiples
conceptualizaciones de conducta amparadas en diferentes enfoques psicológicos,
probablemente la más popular sea la definición watsoniana anteriormente
mencionada, que incluye todas aquellas expresiones del sujeto tanto internas
como externas. En consonancia con esta idea, Bayés (1978) la comprende como
toda actividad del organismo en el mundo físico. Desde estas perspectivas
pueden incluirse bajo la definición de conducta, incluso las respuestas acto
reflejas del organismo. Sin embargo, en un intento de precisar un poco más esta
categoría, Ribes (1990) considera que no es la simple acción del individuo sino
su interacción con el medio, la relación interdependiente que se establece.
Desde estos puntos de vista, aún hoy se maneja la conducta como un término
ambivalente que puede incluir cualquier respuesta organísmica o solamente la
relación interdependiente y consciente (Campo, 2005).
En una variedad de eclecticismo
conceptual, el comportamiento es comprendido como todo aquello que el individuo
hace o dice independientemente de si es o no observable, incluyéndose tanto la
actividad biológica como la interrelación dinámica del sujeto con el medio
(véase Fernández, 2003).
Rubinstein (1967) analiza la
conducta como una actividad organizada que permite la relación individuo-medio.
En su conceptualización prevalecen las expresiones “actividad organizada” y
“enlace”; la primera proposición sugiere que la conducta es una
estructura instituida por diversas categorías establecidas en cierto orden, con
una intención deliberadamente consciente; la segunda propone un elemento
mediador entre el sujeto y su medio donde exhorta a una interrelación
establecida entre lo interno y lo externo. Sin embargo, analizando en
profundidad su teoría puede observarse que reduce la conducta a la actividad
del sujeto, con todas las limitaciones metodológicas que el concepto actividad
acarrea.
Sería necesario hacer un
paréntesis en este instante para referir que la conducta es una expresión de
las necesidades, motivaciones, valores, ideales e intereses del sujeto no sólo
en el proceso de actividad, descrito por Leontiev Vigotsky, que relaciona
directamente al sujeto con el objeto, sino también en el proceso comunicativo
que relaciona al sujeto con los otros que le rodean. Estos valores, ideales e
intereses poseen un matiz ideal que le imprime, a su vez, la imposibilidad de
existencia objetiva, mientras no sean reflejados por medio de la conducta, pues
estas categorías poseen un contenido bastante personalizado que no puede ser
inferido de su significación, sino que debe ser expresado mediante el proceso
comunicativo o de actividad.
Retomando las conceptualizaciones
del término conducta, un punto de contacto de los diversos autores lo
constituye la comprensión de la misma como una expresión de la psique humana,
es decir, es una manifestación de todos los procesos psicológicos
interrelacionados entre sí, los cuales no pueden ser observables de manera
directa, sino que están mediando con el entorno a través de la misma,
evidenciándose de forma directa los factores psicológicos. Sin embargo, este
análisis contempla la conducta como una categoría ejecutora cuando a su vez
desempeña un rol inductor; una conducta puede desencadenar otros comportamientos,
sensaciones, la necesidad de valorar precisamente porque en el transcurso de la
actividad y la comunicación el sujeto conoce las particularidades de su
entorno, imprimiéndoles un sentido personal que le permitirá convertirse
posteriormente en un sujeto diferenciado en el grupo social donde habita.
Sobre este proceso Vigotsky
describe todo el desarrollo desde la ontogénesis, sugiriendo que los actos
reflejos son la única propiedad objetivamente definible cuando el niño nace y
ulteriormente se irán perfeccionando hasta conseguir las primeras adquisiciones
conductuales mediante las leyes del condicionamiento. Detalla, además, que la
estructura de la conducta queda contextualizada inmediatamente por las
prácticas que realiza activamente el niño junto con los adultos que regulan la
conducta del pequeño, constituyendo con la ayuda de medios fabricados
culturalmente un espacio que canaliza su desarrollo espontáneo. En esta
descripción Vigotsky introduce expresiones que, según su criterio, participan de
forma dinámica durante este proceso, términos tales como: conciencia,
lenguaje, inteligencia y procesos cognitivos, lo que induce a pensar
en la intención de interrelacionar los procesos psicológicos en el momento de
establecer un intercambio entre el sujeto y el medio exterior (véase al
respecto Vigotsky, 1987).
En un intento integrativo puede
resumirse que la conducta es una expresión individualizada de lo instintivo, lo
inconsciente y lo personológico en una integración interdependiente y
relativamente autónoma que a su vez desempeña un papel inductor.
Implicaciones metodológicas
Adscribirse a definiciones
estrechas o demasiado abarcadoras sobre la conducta conduce a sesgos
metodológicos presupuestos por las propias deficiencias teóricas con las que se
aborda un proceso complejo. De ahí que los juicios conceptualizantes,
generalmente orientan de manera unicausal las investigaciones sobre los
fenómenos objeto de estudio, cuando los mismos son abordados desde posiciones
simplificadoras.
Comprender la conducta como un
proceso multimediado conlleva a una revisión metodológica acerca del cómo se ha
estado abordando la misma en los diferentes ámbitos desechando los análisis
lineales entre las expresiones conductuales y los contenidos psicológicos; por
ejemplo, una conducta puede sentar sus bases en motivos diferentes, mientras
que motivaciones similares pueden dar lugar a conductas disímiles.
Partiendo de la complejidad que
le es intrínseca a esta categoría, pueden perfilarse una serie de lineamientos
que constituyen una aproximación al funcionamiento del ser humano:
1. La comprensión de la conducta
debe incluir el análisis motivacional y de necesidades del sujeto, pues la sola
instrumentación comportamental constituye un hecho aislado que no aporta
información suficientemente fidedigna. Esta indagación se enfoca
fundamentalmente a la búsqueda de las causas que originan la conducta, a su
génesis.
2. En la génesis conductual
también deben considerarse las propias manifestaciones comportamentales del
sujeto, pues las mismas, inclusivas de estados corporales, pueden inhibir o
propiciar comportamientos posteriores.
3. La conducta, como expresión de
la personalidad, también contiene intereses, actitudes, valores, sentidos que
se encuentran mediando la manifestación comportamental, sin cuyo análisis se
vería seccionada la comprensión del sujeto. Comprender la unidad
cognitivo-afectiva-volitiva en el interior de la conducta le imprime logicidad
y dinamismo, aunque en ocasiones puede prevalecer una dimensión sobre las demás
en estrecha correspondencia con las demandas del medio y las peculiaridades
personológicas.
4. En relación con el carácter
relativamente lógico de la conducta, e independientemente de qué se sucede en
el aquí y ahora, la misma contiene una impronta prospectiva, en tanto también
existe un plan conductual, el cómo se va a comportar el sujeto ante
determinadas situaciones o lo que podría denominarse el esquema de respuestas
preestablecido. Desde esta óptica existen conductas que pueden anticiparse.
5. En el abordaje conductual no
puede desconocerse el factor sociohistórico. Cada sociedad establece
determinadas pautas conductuales de las que, generalmente, el sujeto se
apropia. El análisis contextual permite una visión más integral y explicativa
de la conducta en tanto, aun cuando existan determinados contenidos
psicológicos, la expresión de los mismos se encuentra mediatizada por el medio
en el cual el sujeto se inserta.
La comprensión
teórico-metodológica de la conducta es un proceso que apenas ha dado sus primeros
pasos hacia la inclusión en concepciones que abordan al ser humano desde su
complejidad y multideterminación. Sin embargo, el enclaustramiento en enfoques
simplistas reduce su potencial heurístico haciéndose necesario su estudio a
partir de la unidad y relativa independencia de los factores sociales,
biológicos y psicológicos.
Referencias
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introducción al método científico en psicología. Barcelona: Fontanella.
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Campo, J. (2005). Sobre
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http://www.elseminario.com.ar/comprimidos/Bleger_Psicologia_Conducta_II.doc.,
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Fernández, A. (2003).
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Petrovski, A. V. (1982). Psicología
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Rubinstein, S. L. (1965). El
ser y la conciencia. La Habana: Editorial Pueblo y Educación.
Tortosa, F. (1998). Una
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Vigotsky, L. S. (1997). Obras
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Vigotsky, L. S. (1987). Historia
del desarrollo de las funciones psíquicas superiores. La Habana:
Editorial Científico-Técnica.
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